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lunes, 30 de noviembre de 2009

Comunicación y Poder

“Más vale deformar que repetir. Antes destruir que copiar. Vengan los monstruos si son jóvenes. El mal es lo que vamos dejando a nuestras espaldas. La belleza es el misterio
que nace.”
Rafael Barret



Entre fines de los 60´ y principios de la década de 1970, se ponen en boga ciertas teorías comunicacionales que parten de la premisa de entender y ver a los medios de información y a la comunicación social desde un rol preponderantemente instrumental al servicio de la dominación. Son indefectiblemente producto de la época, caracterizada por la visión maniquea del mundo bipolar, la guerra fría y el conservadurismo a ultranza. Latinoamérica no escapa a esta lógica, ya que está marcada por los movimientos populistas que florecen a lo largo y ancho del continente.
Entre los estudiosos de la comunicación hay un resurgir de la polémica, pero la discusión queda acotada a la visión instrumental de la comunicación, sin indagar los porqués de la preocupación de los poderosos por controlar los medios. La crítica se reduce a tres ejes: la denuncia sobre el control de la propiedad de los medios, la distorsión de la realidad que éstos ejercían, y el poder desplegado, en última instancia, sobre la recepción. (1)
Es el momento donde se ponen de moda, por ejemplo, las teorías de Paulo Freire en Brasil, los estudios sobre la “invasión cultural” de Heriberto Muraro en Argentina, o “la propuesta de una genealogía de la comunicación” de Armand Mattelart en Chile. Estas discusiones escapan rápidamente a la influencia exclusiva de los intelectuales de la comunicación, y son tomadas por las diferentes izquierdas latinoamericanas al momento de pensar, proponer y desarrollar estrategias comunicaciones.
Básicamente estas interpretaciones giran en torno a dos modelos interpretativos respecto al funcionamiento de los medios y de la comunicación social: En la primera de esas interpretaciones se pone el foco de atención respecto al contenido ideológico del mensaje. Se considera que los medios masivos de información manipulan la realidad a través de la producción de información falsa. En la segunda interpretación, se parte de la premisa de que la clase dominante monopoliza los medios, las tecnologías aplicadas y los saberes. De esta manera, se lleva un poco más allá el análisis ya que no se acota únicamente a entender a la comunicación mediática como trasmisora de información falsa, sino que se la sitúa en los procesos de la producción social de sentido.
Sin embargo, y pese a este cambio sustancial la comunicación no deja de tener, para estos enfoques, una característica decisivamente instrumental, lineal, con sus instancias de producción y recepción bien determinadas. Esto se debe a que están en pleno apogeo las teorizaciones estructuralistas, marxistas y constructivistas en el campo de la comunicación. Teorizaciones que sobredimensionan la instancia de producción y la visión funcional de los medios.
Contemporánea de éstas ideas son las propuestas comunicacionales autodenominadas como de “contra información”. Estos medios “alternativos” florecen con fuerza en un sin fin de movimientos sociales y organizaciones políticas de izquierda de Europa y América Latina, en contraposición a las teorías funcionalistas tan en boga por esos momentos. Básicamente, y este tal vez sea su argumento más endeble desde lo teórico, nacen como práctica discursiva de oposición al discurso dominante y determinan como su razón de ser la hipótesis de que “Si el discurso de los medios de comunicación es ideológico (teorías de la manipulación), es decir, responde a los intereses de las clases dominantes, lo que resta por hacer es confrontarlo con otro discurso que responda a los intereses de las clases excluidas de los intereses de la primera.” (2)
Pese a que intentan contraponerse comunicacionalmente a los discursos oficiales de la realidad mediática, caen en el mismo juego ya que las reglas que establecen sus caminos teóricos parten de la misma interpretación instrumental de la que intentan despejarse críticamente. Al igual que la “teoría de la manipulación”, la propuesta de los medios alternativos se focalizó en el contenido (contra) informativo de los mensajes. Reproduciendo la visión lineal, vertical entre las instancias de producción y recepción que muy bien pudo sintetizar Cassigoli en su conocida idea de que en los medios alternativos la información era entendida como “la práctica discursiva que interpreta la política del mensaje oficial y lo da vuelta”.
Esta estrechez de miras, donde se intenta re-situar a la comunicación desde una visión contra-hegemónica cae, inevitablemente, al igual que la teoría de la manipulación, en la dicotomía información falsa – manipulación/información verdadera – objetiva. Esto es así debido a que en ningún momento se intenta poner en tensión la idea preconcebida de que las instancias de producción – recepción son fijas, predefinidas e inamovibles. De esta manera, los medios de contra información, pensados originariamente como alternativas al discurso homogeneizador de los medios oficiales se constituyen, en la mayoría de los casos, en simples canales de transmisión de propuestas y estrategias comunicacionales enmarcadas dentro de instancias políticas e ideológicas totalizadoras de transformación social. Como lo habían sostenido los teóricos de las diferentes izquierdas, la alternatividad discursiva quedó encerrada en la idea marxista de superestructura, ya que fue norma corriente el situarla como órgano oficial de propaganda ideológica (práctica superestructural) de una organización política o movimiento social. De ahí que no puede desprenderse de la visión instrumental de la comunicación, ni de su visión ideológica, de contra-poder, y en la disputa por la hegemonía la comunicación alternativa excedió el terreno comunicacional.
En su afán de contraponerse discursivamente al mensaje oficial, se posicionó en la misma sintonía de lo que supuestamente criticaba. Sus análisis se centraron en la producción del discurso, dejando en un segundo plano de importancia la recepción del mismo. Al mejor estilo funcionalista, terminó reproduciendo la idea de que los medios son “espejos” sociales donde la realidad mediática se refleja: “la contra información denunció lo falso que el poder produce, donde el espejo del lenguaje del poder refleja la realidad de manera deformada. La contra información reestablece la verdad, pero de manera puramente refleja. Como si fuera un espejo”. (3)
Indagar sobre las implicancias sociales de los medios de información, analizar cómo sus discursos son naturalizados como verdades incuestionables y entender que la realidad mediática de los mass-media son construcciones sociales para nada inocentes, por el contrario, entender que persiguen determinados y específicos intereses, es un primer y necesario paso al momento de examinar cómo el poder nos interpela desde la esfera simbólica.
Seguir sosteniendo posiciones reduccionistas al momento de analizar a los medios y sus discursos no es el camino adecuado. Caducas quedaron las teorías centradas exclusivamente en la visión instrumental e ideológica de la comunicación/información. Una nueva forma de interpretar a los medios se nos impone, y el primer paso es reconocerlos no como meros canales de transmisión, sino entenderlos como influyentes actores de la cotidianeidad.

Notas:
[1] Fernández María Cecilia. “Comunicación, Subjetividad y Autonomía en el activismo mediático italiano”
[2] Fernández María Cecilia. “Comunicación, Subjetividad y Autonomía en el activismo mediático italiano”
[3] Collectivo A/Traverso. Documentos

Autor: Gastón.
Publicado en: Libertad! Nº 53, oct.-nov, 2009, Buenos Aires.

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