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sábado, 14 de marzo de 2015

FENÓMENO FERGUSON


Durante semanas los medios masivos de información, no sólo norteamericanos, sino de cualquier rincón de este mundo globalizado por el discurso mediático, se dedicaron casi en exclusividad a tratar lo que superficialmente denominaron “fenómeno Ferguson” a raíz de la muerte en manos de la policía de Michael Brown. Sin pausa, el bombardeo mediático al que nos acostumbran los mass media puso el foco en este tema, y en un santiamén la “cuestión negra” con sus muertos, las marchas, la ira, el desencanto, la justicia/injusticia, se convirtieron en el epicentro de los análisis sociales para “entender” lo que estaba sucediendo. Vaya paradoja, o no tanto en realidad, ningún abordaje periodístico argumentó desde aspectos más profundos que atraviesan este asesinato en particular, como lo son el racismo, la discriminación o la segregación social tan arraigada en sociedades como la norteamericana. Aunque ésta no es más que un fiel reflejo de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo, lo que las diferencia es simplemente la resonancia mediática.

A la luz de la “opinión pública”, y de lo que de ella construye el discurso de los medios, lo acontecido en Ferguson es un accionar violento, desmedido y criminal, pero no una metodología policial, resguardando de esa forma a la “institución” en su conjunto (por estos lados lo llamarían “gatillo fácil”, como si en realidad existiera un “gatillo difícil” para la policía y demás fuerzas represivas). O sea, que la muerte de Michel Brown, en agosto, baleado al salir de una licorería; o la de Tamir Rice, acribillado por un policía mientras jugaba con un arma de juguete o la de Eric Garner, sometido por varios policías por vender cigarrillos sueltos y muerto por estrangulamiento, son simples contingencias, evitables sí, pero para nada acciones necesarias de la metodología institucional policial. De esa forma, se vacía de contenido el dato irrefutable de que, por ejemplo, en 2012, 414 personas fueron asesinadas por la policía en EE.UU.

De fragmentos pretendidamente inconexos se construye la realidad mediática que los medios de información nos muestran minuto a minuto. Como si los asesinatos a manos de la policía fueran hechos aislados unos de otros, historias irrelevantes e individuales entre las que se intenta borrar el hilo conductor que las cohesiona y familiariza: la violencia institucional, social y policial. En ese aspecto, la realidad de Ferguson a partir del asesinato de Michael Brown en nada se diferencia de lo que sucede a menudo en Buenos Aires, San Pablo o México, por citar algunos ejemplos.

El estallido social que se vivió en Ferguson tardó poco tiempo en contagiarse a lo largo y ancho de Estados Unidos. En más de 170 ciudades se multiplicaron las manifestaciones callejeras y los piquetes. El odio, muchas veces camuflado, a todo lo que representa la policía pronto se manifestó en luchas callejeras y saqueos. El miedo al accionar policial dio lugar al protagonismo en la calle en todas sus vertientes, desde manifestaciones “pacíficas y ciudadanas” a enfrentamientos directos con las “fuerzas del orden”.

Lo paradigmático de lo sucedido en Ferguson es que algunas cuestiones que se creían superadas, siguen vigentes en el imaginario colectivo, y son estos hechos de relevancia mediática quienes lo ponen en la discusión social para que no olvidemos que en realidad siguen ahí, tan actuales hoy como hace 60 años: ser negro en Estados Unidos te convierte inevitablemente en peligroso para una sociedad donde las diferencias están a flor de piel. Para algunos analistas en temas de implicancias sociales, como Jelani Cobb del The New Yorker “el espectro del linchamiento sigue muy presente en el imaginario de la gente negra”. Los negros, asegura Cobb, “conocen de manera intuitiva— y no abstracta—la intencionalidad teatral del terrorismo: Verse obligados a mirar el cuerpo de Michael Brown durante cuatro horas sobre el pavimento ardiente, bajo el sol de agosto, muerto a manos de un policía blanco cuyo nombre fue ocultado durante toda una semana, evocó esa memoria. Tuvo el efecto de recordarle a la multitud de dolientes espontáneos que su humanidad es refutada. Una sola muerte puede ser comprendida como una amenaza colectiva. Los medios no han sido los que despertaron estas preocupaciones; ha sido la historia”.

Otro aspecto que se puede resaltar, como resultante de las manifestaciones y el protagonismo de la gente en la calle es que, a partir de los disturbios se generaron lazos directos de solidaridad. Por muy rudimentarios y específicos que éstos sean, a partir de lo de Ferguson, se fue construyendo poco a poco un sentimiento de identidad común entre los desplazados y marginados de la zona. Lo que previamente apareció como una masa iracunda que actúa por reflejo, se fue transformando en una multitud de sensibilidades, intentando traspasar los propios límites del “fenómeno Ferguson”, aprovechando la oportunidad para hacer visibles otras “necesidades” más amplias como la vivienda y la oportunidad laboral.

Por último, resaltar que el asesinato de Brown a manos de la policía local de Ferguson ha servido para no olvidar que las tensiones raciales están presentes en el día a día. Que “lo negro” y “lo blanco” continúan siendo caras antagónicas de la sociedad norteamericana. Sociedad donde se están implementando políticas de corte racial neutrales para mantener la explotación de clase y diferenciación social. En relación al asesinato de Michael Brown, una encuesta del Huffington Post resalta que la muerte de Brown fue un incidente aislado (35%) o parte de una tendencia generalizada en la manera en que la policía trata a los jóvenes negros (39%). Pero este balance de opiniones se desvanece si aislamos las reacciones por grupo racial: el 76% de los negros opinan que es parte de un patrón generalizado, mientras que solamente el 40% de los blancos cree lo mismo.


Autor: Gastón
Publicado en: Libertad! N° 65 (Buenos Aires)

http://publicacionliberta.wix.com/libertad

viernes, 6 de marzo de 2015

Nueva web del periódico Libertad!

Se inauguró la nueva web del periódiclo Libertad! de Buenos Aires, Argentina, desde donde se puede descargar el último número de la publicación.

Les pasamos el enlace para que puedan visitarla:

http://publicacionliberta.wix.com/libertad

Pueden también visitar su facebook:  https://www.facebook.com/periodico.libertad.1?fref=ts

El Número 65 de febrero de 2015 se puede descargar desde el siguiente enlace:

https://drive.google.com/file/d/0BxlP2PgF8eaoVldueFVMLU9GVm8/view?usp=sharing

o de scribd: https://es.scribd.com/doc/256302782/Libertad-nro-65


sábado, 20 de abril de 2013

Voces Libertarias: La historia relegada de anarquismo en Puerto Rico

[Tomado de
http://dialogodigital.com/index.php/Voces-Libertarias-La-historia-relegada-de-anarquismo-en-Puerto-Rico.html]

“¿Y tú crees que existieron anarquistas en Puerto Rico?”. La contestación
a esa pregunta, lazada por un profesor burlón a un estudiante de maestría
en historia, no fue un simple sí o ¡pues claro!, sino una tesis de más de
200 páginas que luego se convirtió en el libro Voces Libertarias: Los
orígenes del anarquismo en Puerto Rico. El autor de esta investigación
recién publicada, Jorell A. Meléndez Badillo, quien se describe como
“investigador independiente, maestro de profesión, anarquista por
convicción y punk rocker por diversión”, contesta a la pregunta del
profesor incrédulo o cínico a través del estudio de las “ideas
progresivas” del proletariado en Puerto Rico.

Partiendo de “la necesidad de imaginarnos otro tipo de historia”, Meléndez
asume una perspectiva historiográfica crítica desde una postura
interdisciplinaria para identificar el rol que jugó el anarquismo en las
entrañas del movimiento obrero, desde los primeros fermentos organizativos
de finales del siglo XIX hasta la aparición de los primeros sindicatos a
principios del siglo XX. Para esta tarea Meléndez recurre a la prensa
obrera de la época, donde encuentra declaraciones contundentes sobre el
anarquismo como: “Soy (os no aterroricéis) [sic] un anarquista. Siento en
mi corazón germinar ó latir, con permiso de los lacayos léxicos, los
principios redentores de Bakunine [sic] y Malato, Reclus y Graves....”. En
esa cita del periódico local El Combate del 10 octubre de 1910, no sólo
alguien se declara anarquista sino que nombra a importantes libertarios
europeos, como el ruso Mijail Bakunin, el italiano Charles Malato, el
francés Jacques Élisée Reclus y al también francés Jean Grave.

En Voces Libertarias se revisan además los pocos textos académicos que de
alguna manera se acercan al tema del anarquismo en Puerto Rico, como
Modernidad y Resistencia de Carmen Centeno Añeses, los trabajos sobre
Luisa Capetillo realizados por la periodista Norma Valle y El Derribo de
las Murallas de San Juan, de Rubén Dávila Santiago, entre otros. Partiendo
de esos textos, de cortes de periódicos, informes policíacos, boletines,
cartas y obras literarias, Meléndez hilvana los trazos que dan cuenta de
la existencia de discursos y prácticas sociales acordes con el ideario
anarquista o libertario en Puerto Rico, tal vez la menos conocida y por
tanto demonizada, tergiversada y temida corriente de pensamiento radical.

En esta investigación también se abordan las razones de la tergiversación
de la palabra anarquía, que en el mundo material se ha traducido en una
invisibilización del verdadero conocimiento y los discursos producidos por
esta línea de pensamiento, tanto al interior de grupos políticos, en la
academia y en manifestaciones de la cultura popular. Por eso Meléndez se
encarga de identificar las formas y lugares concretos donde la palabra
anarquía se ha utilizado como significante peyorativo, distorsión que
llega hasta nuestros días, como se ve en titulares de periódicos como
Vocero y El Nuevo Día del 2010 citados en Voces Libertarias:

“El Vocero escribía, en relación al proceso huelgario por el que atravesó
la Universidad de Puerto Rico, que ‘La situación por la cual atraviesa la
universidad...ya ha pasado de crisis a [la] anarquía e ingobernabilidad’.
De igual manera el Nuevo Día utilizó de titular ‘Anarquía en escuela de
Barranquitas’ para un artículo sobre algunos disturbios en un centro de
estudios de la citada municipalidad”.

Pero contrario al significado que comúnmente se le da a la palabra
anarquía, siempre asociada a desorden y ausencia de organización, lo
cierto es que el anarquismo, como explica el filósofo argentino Ángel
Cappelletti, sólo se opone a cualquier organización artificiosa, impuesta
y sobre todo, vertical. ¿Y qué organización que cumpla más con esas
características que el Estado? Por lo tanto, el anarquismo, con todas las
vertientes que existen en su interior (colectivismo, cooperativismo,
comunismo…) se puede explicar de forma extremadamente resumida y simple
como la idea de que el gobierno o el poder político recaiga en la
sociedad, organizada de forma orgánica según los principios de solidaridad
y autogestión y que no haya un coágulo de poder concentrado, como lo son
hoy en día el Estado y sus instituciones de poder. De ahí lo que divide a
anarquistas y marxistas (socialistas y comunista), pues estos últimos
creen que el Estado, antes de desaparecer, debe fungir como agente
regulador y distribuidor de las riquezas, mientras que los y las
anarquistas proponen que el primer paso de la revolución social, una vez
organizada, debe ser la abolición total de la estructura estatal.

Por lo tanto, en una historia sobre el anarquismo era ineludible tocar el
tema de estas diferencias que han marcado de forma profunda el desarrollo
del ideal anarquista a nivel internacional. Esto también sirve para
comprender el relego que ha sufrido el anarquismo en la arena política. 
Para cumplir con esa tarea, Meléndez se remonta a las viejas disputas
ideológicas entre marxistas y anarquistas suscitadas en la Asociación
Internacional de Trabajadores fundada en Europa en el siglo XIX. En el
caso de Puerto Rico, explica cómo las contradicciones de las primeras
organizaciones obreras, como la Federación Libre de Trabajadores y su
posterior relación con la American Federation of Labor de los Estados
Unidos, van aislando las “incipientes tendencias anarquistas”, cuya
influencia más directa era, según el autor, el anarco-sindicalismo
español.

Sobre el estudio del anarquismo en la academia, Meléndez explica que “el
discurso marxista logró hegemonizar el pensamiento de izquierda dentro de
las aulas académicas luego de la década de 1960, lo cual podría explicar
superficialmente el desinterés por el anarquismo”. Meléndez también
recurre a palabras de David Graeber y menciona que el marxismo “es,
después de todo, probablemente el único movimiento social que ha sido
inventado por un hombre que sometió una disertación doctoral; y siempre ha
tenido algo en su espíritu que logra cuadrar con la academia”. Meléndez
añade que “esta hegemonización del marxismo en la academia dejó a un lado
el rol del anarquismo dentro de la historia local…”. A esto se añade la
represión estatal y el rechazo social que por lo general entorpecen el
desarrollo de ideas radicales y revolucionarias en cualquier parte del
mundo.

En el epílogo de esta investigación, Meléndez menciona que luego de la
segunda mitad del siglo XX no existe documentación historiográfica sobre
actividad anarquista en Puerto Rico. No obstante, declara que es
“demasiado ingenuo, y nos parece un tanto determinista, pensar que
simplemente desapareció por completo”. Por lo tanto, el reto y la
asignación que queda por realizar es la continuación de esta historia que,
tan recién como en el año 2010, a la sombra de la ola neoliberal que aun
nos arropa, vio un resurgir encarnado en el grupo anarquista Acción
Libertaria, fundado tras la culminación del huelga de 60 días en la
Universidad de Puerto Rico.

Sobre el estatus actual del anarquismo como práctica social y como área de
estudio académico, Meléndez explica que “luego de la caída del bloque
socialista, junto a una gama de eventos como el levantamiento zapatista en
1994 y los sucesos ocurridos en Seattle en 1999, se fue revisando el
enfoque de lo que representaba el anarquismo en los circuitos académicos
occidentales. Ahora resurge como un tema serio de estudio desde diferentes
posturas interdisciplinarias”.

Siguiendo la ética del D.I.Y (Do ti Your Self), la publicación de Voces
Libertarias no cuenta con una casa editorial sino que se autogestionó y
financió con donativos solicitados por medio del portal Indigogo.com y se
puede obtener en las diferentes librerías del área metropolitanao a través
de los portales de AK Pressy Plan it X. Esta forma de accionar, muy acorde
con los principios anarquistas, no es extraña para Jorell Meléndez quien
lleva una década activo como vocalista de la banda Anti-Sociales en la
escena del punk local, donde la autogestión es la única forma de producir
y sobrevivir. Músico, investigador y maestro, el autor de esta
investigación además es miembro del Colectivo Autónomo CCC, un centro
social e infoshop ubicado en la avenida Ponce de León en Santurce.

Así que el profesor de historia ya tiene aquí su contestación: existieron
y existen anarquistas en Puerto Rico, como se comprueba en Voces
Libertarias. Pues más allá de la posibilidad o no de su meta final, la
abolición del Estado, el anarquismo se practica en las “zonas
temporalmente autónomas”, como llama Hakim Bey a esos espacios que de
alguna manera escapan de las garras del orden establecido o que proponen
prácticas contrarias a las lógicas de cambio capitalista y la burocracia
estatal. O como lo expone Pierre Joseph Proudhon, uno de los padres del
anarquismo citado por Meléndez Badillo en su libro:

“Debajo del aparato de gobierno, bajo la sombra de sus instituciones
políticas, la sociedad fue cautelosa y silenciosamente produciendo su
propia organización, creando para sí misma un nuevo orden el cual expresó
su vitalidad y autonomía”.

La presentación del libro Voces Libertarias: Los orígenes del anarquismo
en Puerto Rico será el próximo 21 de marzo en la librería Libros AC de
Santurce.

Venezuela: Victoria pírrica de Maduro en presidenciales inaugura declive del chavismo




Periódico El Libertario
www.nodo50.org/ellibertario

A las 11 de la noche del 14 de abril, el Consejo Nacional Electoral (CNE) dio los resultados de las elecciones presidenciales 2013, dando la victoria a Nicolás Maduro con 7.505.338 votos, el 50,66% del total de votos, sobre su principal contrincante Henrique Capriles, quien obtuvo 7.270.403 votos, el 49,07% de los sufragios. Si bien Nicolás Maduro es electo para un período presidencial de 6 años, la cifra de votos a su favor deterioran su autoridad dentro del movimiento bolivariano e inauguran el período de declive de la hegemonía política del movimiento bolivariano en el poder.

Maduro había prometido durante su campaña que sumaría 10 millones de votos. No sólo lo alcanzado ha estado por debajo de esa cifra, sino que a duras penas, utilizando todos los recursos del Estado a su favor y manipulando para sí el duelo de la base bolivariana ante la muerte de Hugo Chávez, ha podido mantener un estrecho margen de 235 mil votos, dilapidando el más de millón y medio de diferencia que la opción oficialista había alcanzado contra el mismo candidato 5 meses atrás. De esta manera 685 mil personas que habían votado por Chávez en octubre pasado se negaron a votar por Maduro en esta contienda. En contraste, el candidato opositor creció casi en la misma cifra perdida por su contendor, sumando 679 mil nuevos electores y electoras a su favor. Matematicamente el oficialismo perdió desde el 7-O la cantidad de 3 mil 628 votos diarios, mientras Capriles ganó 3 mil 590 sufragios al día. Mecánicamente esto pondría a la coalición no bolivariana con la primera opción de triunfo en unas próximas elecciones de carácter nacional.

Los resultados significan una terrible derrota política para Nicolás Maduro, quien reincidiendo en las torpezas y soberbias que caracterizaron su campaña electoral, aseguró durante sel discurso tras la divulgación de los resultados que había vencido por una "mayoría aplastante" (?) y aseguró que Capriles lo había llamado telefónicamente para plantearle un pacto, cosa que fue desmentida inmediatamente por el abanderado del Comando Simón Bolívar, quien no reconoció la derrota y exigió un reconteo del 100% de los sufragios.

El desmoronamiento catalizará los conflictos al interior del movimiento bolivariano y disminuye el circunstancial liderazgo de Nicolás Maduro, quien fue seleccionado candidato por orden expresa de Hugo Chávez. Ante esta debilidad es previsible que las riendas del gobierno sean llevadas por el sector empresarial y militar representado por Diosdado Cabello.

Democracia, representación a mitades, la imposibilidad de la dictadura de la mayoría y nuestra propuesta.


Por viento sin fronteras.

Mecánica.

La democracia no es una pieza mecánica perfecta. Hace juego. Y cuando el juego alcanza ciertos niveles empieza a afectar a 2 de los 4 tornillos que sujetan la base, se muestra claramente inviable aquello de la representatividad. Mucho mas en un país que atraviesa una polarización por demás absurda.

Quienes sostienen que la democracia es el baluarte máximo o el pilar fundamental del orden social se equivocan. En la democracia prevalece la fuerza política de la mayoría. Eso es lo que se conoce como la dictadura de la mayoría y se desengrasa totalmente para rechinar cuando se enfrenta a la realidad que brinda la posibilidad matemática que existe de situar el resultado de la contienda por el poder o la mayoría, en un meridiano cero y paralelo cero. Y he aquí la imagen de la situación venezolana que da jaque al concepto de la democracia que se maneja. Democracia burguesa que le llaman.

Irremediablemente una mitad se impondrá sobre la otra. Pero, si no es de esta manera, ¿como sería?

Bien Afortunadamente los anarquistas si tenemos una respuesta para esto. Cuando llamamos a la abstención lo estamos poniendo sobre la mesa. Cuando atacamos abiertamente el Poder sabemos que nuestra propuesta pasa por señalar las divisiones absurdas que existen y que por supuesto deben ser acentuadas por los partidos políticos en pugna durante las campañas electorales.

Un mural en una calle cercana dice; Partidos obreros, obreros partidos.

Parte de la tarea difícil que se nos viene como sociedad, y es difícil por culpa de las alharacas electorales y el falso discurso revolucionario mediático, consiste en convencer a la gente que esta polarización impulsada durante tantos años es totalmente falsa.

Quien continué proponiéndolo de esa manera cae en el maniqueísmo infantil; todos los opositores son la derecha y los chavistas somos revolucionarios de la izquierda. Esto no representa la verdadera división que nos afecta en lo inmediato. E incluso en cuanto a las decisiones económicas o políticas internacionales, una lectura simple, desvela la convergencia de los planes de ambos proyectos en una complicidad colaboracionista con las demandas o exigencias del Capital Globalizado. No es el fin de este texto profundizar sobre esto, pero les animo a que busquen información mas allá de los medios de comunicación hegemónicos.

Explotados, explotadores. Dominantes, dominados. Oprimidos, opresores. Víctimas, victimarios.
Es esta la dualidad real, y aunque real, jamas podría ser representada con una proporción 50/50. No por lo menos en este país, bajo esta coyuntura.

¿Cuanto representa la clase dominante?

Obviamente son una minoría frente a una mayoría que hoy mas que nunca se muestra confundida. Y sorprende, cuando no asusta, observar como tanta gente no es capaz de identificar las verdaderas causas de tamaño disparidad.

Una muestra clara de quien sería la clase dominante sería exponer que en Venezuela el mayor Patrón es sin duda; el Estado. Le siguen los propietarios de los medios de producción que son privados. Y porque no, la casta militar. Recuerden que estos últimos no producen nada, por lo que están muy interesados en que el actual orden de esa disparidad se mantenga. Vienen a ser unos parásitos que defienden los intereses de quienes les mantengan en una posición de ventaja.

Existe una contra parte a todos ellos. Y pensando solo en lo económico, son las personas que les mantienen con la producción de riquezas por medio del trabajo. Aquel sector obrero o trabajador de la población que en medio de un letargo asombroso resuelve paliar las condiciones de precariedad económica optando por la economía informal o “matando tigritos”. Buscando de aquí para allá la vía clientelar y amiguista donde ahorcarse. Esta disparidad lejos de disminuir se ha acrecentado y las demandas de las voces que exigen cambios estructurales han sido sometidas a muchas “esperas”. Las elecciones, la salud del ex-presidente, el acoso del imperio, no darle armas a la derecha y un largo etcétera. Todos hemos escuchado esto. Y sabemos que nadie acepta escusas para siempre.

Así las cosas, es inevitable el aumento de la conflictividad social; el desmoronamiento del chavismo y por ende la oportunidad de reconocer un gigantesco error de reconocimiento de clase que ha sido el responsable de ese letargo asombroso, de la desmedida indolencia frente a los atropellos del poder y del silencio como estrategia política, cuando no complicidad afirmada y absoluta; para no contradecir a quienes, desde una posición acomodada piden sacrificios y exaltan los fines en detrimento de la coherencia con los medios que utilizan.

Corazones rotos, superar el despecho.

Asistimos pues, a una fragmentación del lazo emocional construido con las mas hipócritas intenciones de construir una cortina de cuero que no permite la puesta al descubierto de una organización social representativa basada el supremacía de unas directrices político-económicas propuestas por unos pocos por encima de las aspiraciones de los individuos. Proceso asistido por maquinas propagandistas que reproducen una realidad a la medida y donde la igualdad es menos que palabra escrita. Asistimos al fin de un espectáculo. Aunque esto no descarte que se inicie otro.

Tiempos de cólera se avecinan. Y solo por medio de la organización de los de abajo se hará menguar definitivamente el sistema democrático representativo fracasado y su nuevo clon; el poder popular institucionalizado. Es esa organización, la de los de abajo, el único sistema capaz de superar con creces cualquier expectativa de cambio promovida por una institución que; partida en dos, corrupta, ineficiente, demagoga y asesina; se muestra incapaz de resolver las demandas de quienes componen este tejido social falsamente polarizado.

Son nuestras aspiraciones y deseos en común aquella afinidad poderosísima capaz de construir la felicidad que buscamos y nos merecemos.

Reconozcamos al otro como igual, y si lo es verdaderamente, levantemos propuestas claras en lo local para resolver todo cuanto nos sea cadena u obstáculo. Y obstáculo y cadena será todo aquello que evite la organización de las personas u entorpezca la vía que da paso a encontrar nuestras propias soluciones.

Que nuestros vecinos inmediatos sean nuestro campo de ensayo.
De lo contrario, sera todo lo contrario.

sábado, 12 de enero de 2013

Siete tesis para un movimiento libertario en el centro de la tormenta


Una propuesta de acción y de investigación para el movimiento libertario en estos convulsos inicios del siglo XXI ha de incorporar necesariamente un diagnóstico breve de la situación. Un diagnóstico que se resume en una sola palabra: crisis. Crisis de un sistema de dominación y de un modo de producir sustentado sobre la explotación y la violencia. Crisis, también, de los paradigmas clásicos que se le enfrentaban, que lo empujaban a limitarse y le hacían vascular entre la represión y la reforma.
No olvidemos ese segundo aspecto de la crisis. Los movimientos sociales (y más, los de ámbito global) han mostrado en las últimas décadas las huellas de una gran derrota, la de la primera oleada revolucionaria, que se extendió desde 1871 hasta 1989. Las cicatrices dejadas por esa batalla pueden observarse hasta el día de hoy. Y, es más, los subproductos tóxicos generados por el intento de metabolizar la resistencia por parte del sistema, al verse victorioso, casi forman parte del ADN de aquello que ha sobrevivido y que, ahora sí, encara la más que probable emergencia de un nuevo ciclo de luchas, francamente esperanzador.
El movimiento libertario no es una excepción. Estos años de derrota y marginalidad le han cargado con múltiples lastres y han incorporado a su figura numerosos rasgos oscuros que debemos despejar si queremos se constituya en una herramienta sólida y útil en las manos de quienes quieren derrocar el actual estado de las cosas.
Por eso, y al hilo de ciertos debates actuales, voy a intentar desatar algunos nudos que las dinámicas presentes tratan de apretar sobre nuestras prácticas y propuestas. Aquí van algunas tesis para su discusión pública y fraterna, en la búsqueda de una recomposición de la insurgencia libertaria que empieza ya a anunciarse un poco por todas partes:
Primera tesis:- El nuestro es un movimiento social. El movimiento libertario  es un movimiento que trata de transformar la realidad. Así de simple. Cambiar el mundo es modificar los usos y las estructuras de  conjunto que sustentan la forma de vida dominante, es decir, el capitalismo.
Eso quiere decir que la nuestra no es una búsqueda espiritual más (una suerte de nuevo cristianismo a la caza y captura de ayunos y penitencias) sino una tentativa revolucionaria. Y que, por extraño que resulte, nuestro modelo no es el del santo o el de la comunidad moralmente pura, sino el del militante ligado a los movimientos de masas y las grandes luchas sociales. Luchas, en todo caso, revolucionarias, es decir, que intentan producir efectos abruptos de avance, y no solamente una lenta evolución.
Además, eso implica también que la ligazón con las grandes masas de la población, con sus necesidades e intereses, es absolutamente irrenunciable. No vamos a transformar nada solos, y el más profundo vanguardismo consiste en imponerles a las multitudes que es lo que debería de importarles. Eso quiere decir que la defensa de los intereses materiales inmediatos de quienes están sometidos y explotados no puede ser abandonada y que, en el momento del Gran Saqueo y la mayor ofensiva de la oligarquía financiera, hacer frente a las dinámicas desposeedoras y generadoras de miseria de un poder ayuno de todo control, es absolutamente imprescindible.
Segunda tesis: además, el nuestro es un movimiento de la clase trabajadora.  Siempre, de toda la vida, el movimiento libertario se ha identificado expresamente con los intereses de la mayoría social explotada: con el proletariado del campo y de la ciudad. Podemos discutir como se constituye, hoy en día, dicha clase, cuáles son sus auténticas líneas de fractura. Lo que no podemos, porque es radicalmente falso y porque las décadas pasadas nos enseñan que no nos lleva en ninguna dirección, es negar la realidad de la explotación laboral y de la extracción del plusvalor.
La clase obrera existe, aunque esté precarizada y, quizás, más sometida que nunca. El espejismo de la existencia de una omnipresente clase media es lo que está desmoronándose hoy en día. La ilusoria tesis, muy relacionada con la extensión de consumismo, de que el trabajo en el capitalismo es algo esporádico y no necesario para la supervivencia. Nos han devuelto, forzosamente, a la pura realidad: la “liberación del trabajo” pasa por su reapropiación y socialización, no por una huida a la marginalidad que lo único que hace es reforzar las mismas cadenas que pretenden someternos.
Por supuesto, esto nos lleva a aventurar otra afirmación: podemos criticar los aspectos más involucionistas del mundo del trabajo organizado, reírnos de su debilidad actual y de las tentativas de poner en marcha una Huelga General del sindicalismo combativo; podemos hacer toda la fraseología que nos de la gana sobre las “nuevas figuras sociales” que,  entretanto, somos incapaces de organizar…sin el mundo del trabajo no hay Revolución Social posible. Sin los trabajadores organizados el futurible proceso constituyente no será más que la expresión de la ambición política de los restos radicalizados de la clase media. Sin clase obrera no hay contenido social, sólo cambio político (en el mejor de los casos, pues es también difícil que cambie nada sin presión en la actividad productiva) aderezado, es posible, con algunas asambleas cosméticas.
El futuro proceso constituyente sólo tiene sentido, desde una perspectiva libertaria, si incorpora claramente el componente social, y para eso hace falta la presión de la clase trabajadora organizada. No basta con algunos elementos de democracia directa puramente marginales en una Constitución futura, si al final nos vamos a quedar, igual que ahora, con la reforma laboral, las ETTs y las contratas y subcontratas.
Tercera tesis.-El movimiento libertario apuesta por la unidad. Nuestro movimiento, como dinámica real y de clase, apuesta por la unidad de los sectores sometidos y explotados.
Conocedores de la realidad y de la experiencia de las luchas pretéritas, sabemos que sólo la unidad del conjunto de los sectores de la población sometidos al mando oligárquico de la élite financiera transnacional, puede constituir un bloque lo suficientemente extenso y fuerte para empujar los cambios en la dirección de una democratización (tanto política como económica) del mundo.
Esa Gran Alianza Social para cambiar sería la expresión, sino del 99 %, sí de la gran mayoría de la población global. Nuestro objetivo es incorporar a esta lucha los elementos suficientes de profundización asamblearia y socializante para convertirla en el inicio de un gran proceso de transición a otro modelo global radicalmente diferente. Hacer caminar las transformaciones que ponga en marcha ese gran bloque histórico hacia la autogestión productiva y la democracia directa, superando los titubeos y dudas de otros sectores y fracciones de clase que pretenderán detenerse a mitad de camino, lo que sólo puede llevar a una involución.
Pero, para construir esa Gran Alianza Social, es evidente que tenemos que renunciar a todo dogmatismo y todo sectarismo, a la pasión por desacreditar y juzgar sumariamente a los demás. Hábitos profundamente arraigados en nuestros medios.
Partiendo de que la crítica fraterna y constructiva es, no sólo necesaria, sino profundamente saludable, hemos de incorporar, también, al ADN de nuestro movimiento el hábito de la cooperación y la alianza, de la complicidad y el contagio con todos los que luchan. Para escuchar, de una vez por todas, y no sólo soltar filípicas, a esas gentes de las calles y los centros de trabajo de las que tanto hablamos.
Cuarta tesis: ¿organización? Sí, y sólo sí. El enemigo está organizado. Otros sectores, que quieren llevarse el agua de las luchas sociales a su molino autoritario, están organizados. Renunciar a la organización sería suicida e irresponsable, a no ser que sólo queramos ser eternamente los simpáticos muñidores de conceptos que luego los demás manipulan a su gusto para convertirlos en las herramientas de su poder.
Además, la organización no es nada inherentemente malo ni alienante. Tenemos los elementos (el asambleísmo, el federalismo…) para construir estructuras con sentido y legitimidad democrática. Y podemos hacerlo en cada ámbito social (lo laboral, lo ciudadano, lo ideológico…). No toda organización es, necesariamente, vanguardista (en el mal sentido de la palabra). Sí que lo es lo que parte del feminismo llamó la “tiranía de la falta de estructuras”, donde todas las decisiones se toman, en los pasillos y los bares, por una minoría de tipos que se conocen y que no tienen que rendir cuentas ante nadie. Y en la asamblea se encuentra todo hecho, no por el partido este o aquel (al fin y al cabo eso sería identificable) sino por una “red fluida” de tipos que son siempre los mismos y que no dejan que nadie más participe, pero eso sí, con mucha fraseología  comunitaria. Algunos tenemos suficiente experiencia con los entornos difusos e informales para saber de lo que hablamos. Hay “organizaciones” democráticas y “redes” profundamente centralistas, y viceversa. Pero la organización (democrática, seguimos diciendo) permite hacer cosas cada vez más complejas y a mayor escala y, además, es el único salvavidas ante los momentos de reflujo, las tarascadas represivas, las infiltraciones y las derivas caóticas.
Quinta tesis: ¿hibridación? Por supuesto, pero a ver como. Aquí me pronuncio un poco sobre las afirmaciones, en un artículo reciente, del compañero de la CGT Antonio J. Carretero.
Debemos intervenir, he dicho claramente en otros lugares. Y hacerlo mucho más allá del mundo laboral, no me queda la menor duda. Debemos estar en los movimientos sociales, en el ecologismo, en los CSA,  en las grandes corrientes culturales, musicales, poéticas… en todas partes. Formamos parte de un mundo en ebullición, y sólo vamos a vivir esta vida. El vitalismo y la pasión deben empujarnos a hacer todo lo que podamos, a desarrollar todas nuestras capacidades y a inmiscuirnos en todas las luchas. Es, además, algo necesario desde el punto de vista estratégico y táctico.
Lo que no me queda tan claro es que eso tenga que hacerlo necesariamente el sindicato, independientemente de sus fuerzas o de la cantidad de energías que pueda canalizar en esa dirección. Si sobran capacidades, ¿por qué no?, pero también puede bloquear otros trabajos  necesarios. Creo que lo que late, en el fondo, tras dicha propuesta del “sindicato integral” es la radical ausencia de una organización específica unitaria y amplia que pueda adoptar una perspectiva holística desde una posición declaradamente libertaria.  Específicas existen, pero sus tendencias de “síntesis” y su ligazón exclusiva con una u otra organización sindical han imposibilitado que puedan cumplir esta función. Así que vamos a las “Plataformas” comunes de temas diversos y, en ocasiones (no siempre, porque hay mucha “plataforma” muy asamblearia y sana) acabamos con el complejo de estar trabajando para otros. Queremos solucionarlo con un “sindicato integral” que ocupe el lugar de la específica unitaria que no existe, pero claro, un sindicato tiene otras necesidades y otras urgencias. Ha llegado ya el momento de plantearse la construcción de una organización específica libertaria, que desde planteamientos unitarios y no dogmáticos favorezca la extensión de la influencia social de nuestras perspectivas en el conjunto de los movimientos populares, so pena de seguir primando la fractura y tendencias cada vez más cainitas en nuestros ámbitos.
Sexta tesis: construir y defender.
Hay que estar en los movimientos sociales que enfrentan la gran ofensiva de los poderes financieros. Hay que defender el salario social diferido en la forma de educación pública y gratuita o de sanidad de acceso universal. Hay que enfrentar las reformas laborales y de pensiones. Hay que evitar que las gentes de carne y hueso queden en la indigencia y la miseria.
También hay que construir alternativas vivenciales y viables a la forma en que está estructurado el mundo. Extender una red autogestionaria amplia y diversificada  y experimentar con formas de socialización y control obrero y ciudadano de los servicios públicos.
Hay que hacer las dos cosas al mismo tiempo, por difícil que resulte. No son antitéticas ni contradictorias. Defender el frente es imprescindible para que en la retaguardia se pueda experimentar nada. Convertir la retaguardia en un laboratorio para las nuevas formas de vida sin autoridad ni explotación es imprescindible para que tenga sentido enfrentar los peligros del  frente. Es la otra vía de presión de la clase trabajadora: la organización obrera en reivindicación constante y los experimentos de construcción de la nueva sociedad, tensionando la estructura productiva. La confluencia de ambos ámbitos construye la posibilidad de la emergencia de una realidad transformada y, al tiempo, en conflicto con el viejo mundo. Ese es el comunismo (libertario, por supuesto) como movimiento real que abole el actual estado de las cosas. Conflicto y construcción. Confrontación y creatividad social. Nuestra “destrucción creativa”.
Séptima tesis: Audacia, más audacia.
El mundo está en efervescencia. En épocas de crisis lo viejo aún no ha muerto del todo pero ya es demasiado débil para irradiar su poder sobre el todo social, lo nuevo aún no ha nacido, pero ya apunta su naturaleza volcánica tras los bastidores. Es el momento en el que los movimientos sociales, que en otro tiempo no hubieran tenido ninguna opción de dejar su huella en el conjunto social, pueden producir bifurcaciones decisivas en sistemas sometidos a una tempestad caótica de flujos y presiones. Es el momento de empujar. Un momento tremendamente peligroso, por supuesto, pero preñado de todas las posibilidades.
Un  movimiento libertario que pugne por constituirse en una herramienta útil en manos de los explotados y oprimidos, en un instrumento de liberación y transformación de la realidad, no puede mantenerse al margen de los grandes movimientos de las placas tectónicas de nuestro mundo. La sociedad se va a transformar radicalmente en los próximos decenios. En nuestras manos está intentar influir en la dirección de dichas transformaciones. Nadie ha dicho que fuera fácil. Pero la pasión y la audacia son imprescindibles.
Estas son nuestras tesis. Necesitamos someterlas al tribunal de la crítica fraterna y a la prueba exigente de la praxis.
Necesitamos encontrarnos.
Autor: José Luis Carretero Miramar.

La anarquía, ¿poder o antipoder?

- Una “curiosa” tesis…
 
En la sección “Análisis“, de la web alasbarricadas, colgué un comentario al artículo “El poder en la anarquía” preguntando cómo su autor, Adrián Tarín, podía llegar a la conclusión de que la anarquía “es también un poder -y no un antipoder”. Luego leí un comentario-nota, firmado por los responsables de la web regeneraciónlibertaria, invitándome “a escribir una respuesta (al texto de Adrián) para ser publicada en el portal” de Regeneración Libertaria. Como prometí, aquí va mi respuesta:
 
Como se puede comprobar leyendo su texto, para Adrián los anarquistas abordan “las cuestiones acerca del poder… desde la oposición al concepto” y no lo hacen “desde la comprensión científica del término”. De ahí que él defienda, desde su personal aproximación “a la teoría del poder” (?), “la compatibilidad del mismo con la anarquía” y que concluya tal aproximación, tal análisis, afirmando que la anarquía “es también un poder -y no un antipoder”.

Por supuesto, Adrián no pretende que la anarquía sea un “macropoder”, un “poder negativo” como el de Estado, ni que debamos renunciar a combatir el poder “negativo” de éste. No, no pretende -como Foucault- “disminuir la importancia y eficacia del poder de Estado”; pero también cree “que al insistir demasiado en su papel exclusivo, se corre el riesgo de no tener en cuenta todos los mecanismos y efectos de poder que no pasan directamente por él”.
 
Lo curioso es que, por el hecho de constatar que “existe poder fuera del Estado”, Adrián se plantee esta pregunta: “¿puede la anarquía ser un poder?” Y digo “curioso” porque él debería saber que la anarquía es la negación de toda forma de poder, no sólo el que pasa por el Estado. Además, es “curioso” porque él ha puesto un poco antes esta otra cita de Foucault: “Asimismo, sería preciso saber hasta dónde se ejerce el poder, mediante qué relevos y hasta qué instancias, a menudo ínfimas, de jerarquía, control, vigilancia, prohibiciones, coacciones. En todo lugar donde hay poder, el poder se ejerce (…) no sabemos quién lo tiene exactamente, pero sabemos quién no lo tiene”. Efectivamente, los anarquistas sabemos quién tiene el Poder y quién no lo tiene; además de saber quién no lo quiere… Es pues sorprendente que Adrián olvide esto y quiera atribuir poder a quienes, en principio, no sólo no lo tienen sino que, además, no lo quieren. ¿Por qué tal empeño?
 
- La confusión…
 
Sí, ¿por qué tal empeño en equiparar lo que es antinómico? ¿No será porque, al definir el “macropoder” como “negativo” y el “micropoder” como “positivo”, Adrián aborda “las cuestiones acerca del poder… desde la oposición” entre los conceptos de “negativo” y “positivo” sin hacerlo “desde la comprensión científica” de estos términos? Tal parece ser el origen de la “confusión” de Adrián y la explicación a sostener una tal aporía. Y ello a pesar de atribuir -muy curiosamente- tal confusión a los anarquistas: “reconocer el poder como algo positivo o negativo”, “liberador o represor”, “destructivo o productivo”. Salvo si Adrián piensa en los “anarquistas” que, para participar en el ejercicio del poder, defienden esa hipócrita falacia que llaman “poder popular”.
 
Es sorprendente que Adrián crea a los anarquistas (los que no han renunciado a luchar contra el poder) incapaces de integrar el macropoder y el micropoder en sus análisis, y, en consecuencia, de ver que el poder se sostiene y es aceptado porque, como dice Foucault, “no pesa sólo como potencia que dice no, sino que cala de hecho, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos”. Es decir, porque es también “una red productiva”.
 
Sí, es sorprendente, porque Adrián debería saber que los anarquistas, además de tomar en cuenta que el poder funciona como “red productiva”, saben, con Foucault, que “si el poder no tuviese por función más que reprimir, si no trabajase más que según el modo de la censura, de la exclusión, de los obstáculos, de la represión, a la manera de un gran superego, si no se ejerciese más que de una forma negativa, sería muy frágil”.
 
Pero lo más sorprendente es que Adrián no se dé cuenta del por qué el poder es, además de censura-exclusión-represión, también una “red productiva”. Y eso pese a que él mismo reconoce que, “de hecho, si el poder descansase sólo en la figura de la represión más palpable, la de las balas y las porras, éste sería un poder fácilmente subvertible”.
 
Así pues, si el poder se traviste en “red productiva” sólo para mantenerse como lo que es realmente, censura-exclusión-represión, ¿qué sentido puede tener considerarle como algo “constructivo”, “positivo” y “creador”? ¿Se puede disociar lo que es consustancial?
 
- La anarquía, ¿un poder o un “micropoder” ?
 
El problema con Adrián es que, tras reconocer que el poder sólo es “constructivo”, “positivo” y “creador” para no ser “frágil” y “subvertible”, persista en que la anarquía “es también un poder -y no un antipoder”. Pues tampoco aclara si es un “micropoder” o también un “macropoder”. No, no hay nada claro, sólo afirmaciones perentorias. Ni siquiera cuando trata de argumentar su tesis con reflexiones contradictorias sobre la “construcción del consenso”; pues también -para él- el “consenso” buscado por los anarquistas, a través de su propaganda, es “para ejercer su dominio sobre los (discursos) de los demás”. O cuando habla del poder como “consenso hegemónico” ejercido “de manera colectiva”; pues es evidente que este “consenso” no tiene nada que ver con el que buscan los anarquistas: un consenso no impuesto (física o culturalmente) sino basado en la libertad de disenso y de experimentación.
 
¿En qué consiste pues ese “poder libertador, positivo y creador manifestado en la propia dinámica libertaria y en cada pequeño paso que sirva para edificar la anarquía” del que habla Adrián? ¿Qué clase de poder es ése? Todas las citas aportadas por Adrián confirman que el poder político, el Poder es dominación: ya sea impuesta por la fuerza o a través del “consenso” obtenido gracias a las múltiples formas de la sumisión voluntaria de los dominados propiciada por el “micropoder”. ¿A cuento de qué persistir en afirmar que “la anarquía es poder”?
 
Finalmente, Adrián ha dado la respuesta al contestar a uno de mis comentarios en alasbarricadas. No sólo confesando que para él “la manera de ejercer el poder de manera colectiva y no como una dominación autoritaria es a través del poder popular”, sino afirmando compartir lo que piensan y dicen los defensores del llamado “poder popular” en un artículo, Anarquismo y poder popular, en el que se pretende que con tal denominación se consigue “socializar el poder y evitar que éste se convierta en el privilegio de unos pocos”.
 
- ¿Socializar el poder?
 
Que Adrián quiera ejercer el poder es su problema No es el primero ni será el último en desearlo; pese a creerse anarquista… Pero, ¿por qué no decirlo claramente? Hay muchos socialistas y comunistas que también dicen ser anarquistas en el fondo de ellos mismos; pero que, a pesar de lo que enseña la historia, creen que a través del Poder se puede ir hacia una sociedad más justa y libre… De ahí que militen en partidos que aspiran a “conquistar” el Poder. Lo que es coherente; pues no se esconden detrás de una denominación tan vaga como esa de un “poder popular” que se pretende “horizontal” y “anarquista”; pero que aspira a ser reconocido por el Poder (ver a los “anarquistas” del “poder popular” llamando a votar por Chávez en Venezuela) y a ser parte de él si las circunstancias lo permiten.
 
Por eso, más allá de la retórica hay los hechos de la vida cotidiana y lo que la lengua dice a cada uno desde que la usamos. Deberíamos pues evitar toda clase de confusionismo y utilizar la palabra Poder (con mayúscula) para significar imposición… y poder (con minúscula) para dar a entender la capacidad de hacer… por ser las acepciones más comunes y las que todos sabemos reconocer y diferenciar.
 
Pero, más allá de la semántica, deberíamos saber si Adrián se reconoce en el “Poder Popular” que hay en Cuba. Pues, si “socializar los medios de producción” es dejarlos en manos de los que los utilizan sin que haya nadie por encima de ellos para decidir lo que deben hacer, eso no se ha hecho en Cuba. Como tampoco se ha intentado “socializar el poder”, para “evitar que éste se convierta en el privilegio de unos pocos”. Al contrario, el “Poder Popular” es el mecanismo institucional que ha permitido a los hermanos Castro de tener el privilegio del Poder en exclusiva durante ya más de cincuenta años.
 
Así pues, si “ejercer el poder de manera colectiva” significa para Adrián que nadie -ni dentro del colectivo ni fuera de él- tenga el privilegio de decidir por los demás, ¿por qué no reconoce que tal es el consenso al que aspiran llegar los anarquista y no el consenso “hegemónico” que impera en donde el Poder se camufla detrás de esa institución hipócrita llamada “Poder Popular”? Y en ese caso, ¿por qué no decirlo claramente?
 
- Sobre las “pequeñas manifestaciones de poder”…
 
Adrián nos dice que incluso diría “que la asamblea puede ser considerada una manifestación de poder en según qué circunstancias” y que también ve “pequeñas manifestaciones de poder” en “todos esos procesos de actividad anarquista cotidiana (consensos, asambleas, propaganda)”.
 
Sí, claro que los hay con la pretensión de ser “anarquistas” pese a ser autoritarios en sus praxis privadas o públicas, en comportarse en las asambleas autoritariamente y tratar de manipularlas para imponer sus propuestas o sus intereses, como en cualquier partido político. Sí, claro que sí, e incluso los hay creyendo sinceramente que la anarquía deberá imponerse… Pero, ¿tiene algún sentido creerse anarquista y ser autoritario? ¿Son esos casos los que sirven de ejemplo para definir lo que es ser anarquista, lo que es o debe ser el anarquismo?
 
Adrián nos dice que la suya “es una postura difícil de defender, compleja, sujeta a críticas” y que, “posiblemente”, le “cueste una etiqueta de autoritario difícil de salvar”; pero que cree “que las ciencias sociales en este caso” le “proporcionan más argumentos para pensar así que para pensar que el anarquismo lo que busca es que no haya poderes”.
 
Efectivamente, no sólo es indefendible una tal postura desde un punto de vista ideológico y político sino que tampoco las ciencias sociales le proporcionarán “más argumentos” para seguir pensando que el anarquismo busca que haya poder y no “que no haya poderes”; pues también en las ciencias sociales las palabras tienen un sentido y no se puede caprichosamente atribuirles otro que el que ellas tienen: ya sea por razones etimológicas o por el uso que se hace de ellas. Sí, Adrián, también en las ciencias sociales el sentido de la palabra poder (con minúscula o con mayúscula), como concepto político, es el de “dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo”. De ahí que los anarquistas luchen contra el poder, como Poder político o como autoridad para mandar; pues aspiraran a la libertad: para ellos y para los demás.
 
Claro que se pueden tener dudas sobre cómo conseguir un consenso que permita llegar a la anarquía sin tener que imponerla por la fuerza. Claro que es más simple pensar y actuar como lo hacen los adeptos a las ideologías autoritarias, aunque tampoco esa simplicidad les haya permitido alcanzar los objetivos manumisores que esas ideologías presuponen. Lo lógico es pues dejar de pensar la anarquía como “ismo”, como ideología, y comenzar a pensarla como actitud de convivencia sin autoridad, como conducta basada en el ejercicio de la libertad sin más límite que el de respetar la libertad de los (y las) demás. No sólo porque es más consecuente defender la libertad cotidianamente sino también porque es más eficaz para que la sociedad pueda avanzar hacia la libertad y la igualdad en todos los campos de la actividad humana. Un avance amenazado de más en más por el Poder hegemónico del Capitalismo y por las diatribas entre los diferentes “ismos” que pretenden combatirlo; pese a que, al día de hoy, ninguno puede pretender haber conseguido su objetivo.

Autor: Octavio Alberola