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domingo, 25 de julio de 2010

El Error de junio: La comedia mediocre del leninismo cubano

A propósito de un artículo de Pedro Campos

(A Rafael Spósito, in memoriam)

“Libertad sin Socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin Libertad es esclavitud y brutalidad.”
M. Bakunin

En el transcurso del presente mes (junio, 2010) han proliferado de manera significativa los artículos de «colaboración-crítica» desde el «dentro-contradictorio» y los llamados a la «cohesión revolucionaria» y al «diálogo sin sectarismos», así como las invitaciones en busca de consensos -entre las filas revolucionarias- hacia la impostergable transición al Socialismo en Cuba, en el contexto de un innegable ambiente tibiamente crítico que ha venido cobrando fuerzas al interior de ciertos sectores que aún mantienen una devoción confesa al gobierno de los hermanos Castro y a su partido único y excluyente.

Añejas acusaciones desde nuevas formulaciones

Llama extremadamente la atención que en estos momentos cruciales afloren viejos señalamientos recargados y reelaborados en nuevas enunciaciones para rotular, desde la crítica tímida y de reciente factura, los mismos puntos que, con cincuenta años de antelación y de manera mucho más contundente expusieron los libertarios desde la Asociación Libertaria de Cuba (ACL)1, a través de un manifiesto2 donde se denunció, a comienzos del año 1959, con autonomía de criterio e incuestionable lucidez, el creciente «centralismo estatal» camino de un «ordenamiento autoritario»; no sin antes recordar el papel protagónico de los anarquistas cubanos en la lucha contra la dictadura del presidente-General Fulgencio Batista. En el mismo documento, se acusa la estrategia obscena desarrollada por el Partido Comunista de Cuba (PCC), con miras a «recabar la hegemonía que […] durante la era de dominación batistiana […] gozaron». En igual tesitura, el Solidaridad Gastronómica del 15 de febrero de 1959, mediante otro Manifiesto a los Trabajadores y al Pueblo en general, advierte, ante las imposiciones verticales a favor de mantener en sus puestos dirigentes a toda la jauría de cuadros del PCC al servicio de la dictadura batistiana y de remover de las filas del proletariado a los orientadores anarcosindicalistas, que « […] Es imprescindible que sean los propios trabajadores quienes decidan la inhabilitación sindical de sus pasados dirigentes, pues de hacerlo de otra forma, sería caer en los mismos procedimientos que ayer […] combatiéramos»3. El editorial del 15 de marzo de 1959 de la misma publicación libertaria, condena sin tapujos «los procedimientos dictatoriales […] acuerdos y mandatos desde arriba que imponen medidas, quitan y ponen dirigentes.»
Asimismo, incrimina a los «elementos incondicionales […] en las asambleas, que sin ser miembros del organismo sindical, levantan el brazo a favor de una orden de los dirigentes.». Y, acto seguido, se describen algunas de las técnicas de intimidación puestas en práctica para alcanzar la hegemonía: « […] se llenan las salas asamblearias de milicianos armados que constituyen una flagrante coacción, no se respetan los preceptos reglamentarios […] se llega a cualquier tipo de procedimiento para mantener el control de los sindicatos.»4
Desde luego, como bien reza el refrán «nunca es tarde si la crítica (dicha) es buena» pero lo cierto es que no sólo llegan tarde sino son poco “dichosos” los planteamientos desde donde parte esta corriente de críticos timoratos que lanza llamados de auxilio en clave Morse digitalizada. Es curioso que ahora se repitan las críticas de antaño y que además se acepte a plena luz que «Esta nociva práctica sectaria continúa hasta nuestros días» y se afirme que «En Cuba, hoy, se aprecia con total nitidez el carácter reaccionario del sectarismo en esas acciones que crean divisiones, resentimientos y obstaculizan el avance socialista. », sin embargo, se elude reconocer que estos mismos señalamientos fueron expuestos en los propios albores del proceso revolucionario desde una crítica decididamente comprometida con el Socialismo y la Libertad. También se evita examinar a profundidad el meollo del conflicto.
Como acertadamente señala el compañero Ramón García Guerra «La cuestión exige problematizar a fondo las consecuencias de las políticas. Exigiría, además, definir a quiénes éstas benefician y a quiénes perjudican […] La crítica actual especula con el malestar popular mientras apela al sentido común. Saben que los estados de incertidumbre hacen infelices a las gentes. Como una solución al dilema, ahora nos ofrecen una vuelta a los momentos en que todo parecía funcionar bien en la sociedad (curiosamente la solución llega de aquellos que imaginan obtener ciertas ventajas con el retorno al pasado). La reacción opuesta sería fomentar el inmovilismo ante las exigencias de cambio en la sociedad. Significa esta política otra manera de especular con el sentido común. Entonces se apela a los miedos. Somos al final rehenes de sueños y miedos colectivos que impiden imaginar otras realidades sociales posibles. Entonces, la crítica que hacemos busca convertir el malestar en conciencia que facilite el cambio […]»5
Del mismo modo se plantea la defensa de una alternativa que esbozan a manera de «visión», misma que no pretenden imponer a nadie «sino divulgarla, debatirla y buscar la manera de que forme parte de las soluciones; pero sectariamente se rechazan su discusión y difusión en los medios masivos oficiales»6, ignorando que desde los primeros pasos de la Revolución fue puesto a consideración de la sociedad cubana un entramado de cuestionamientos y alternativas de calado mucho más profundo y no sólo fue rechazado sino aplastado con lujo de violencia y ensañamiento.
Quizá, esta “ignorancia” responda a esos “miedos colectivos que impiden imaginar otras realidades sociales posibles” que nos imprime García Guerra.
Claro que no es necesario tener conocimiento previo de cuántas iniciativas se intentaron en el pasado para emprender nuevas alternativas socialistas frente a la barbarie reaccionaria del sectarismo que aún perdura después de cincuenta y un años de absoluta hegemonía. Sin embargo, sí consideramos requisito de vital importancia el estudio escrupuloso de la historia del movimiento social-revolucionario, no sólo cubano sino del movimiento socialrevolucionario internacional, para no repetir errores o sucumbir ante los mismos peligros y/o desviaciones.
Sería muy lamentable que esta preocupación genuina de los libertarios cubanos, se transfigure de nueva cuenta en etéreos recursos polémicos y se nos vuelva a diagnosticar «ansias de protagonismo escénico », «comportamientos políticos arribistas » e «inclinación a la rentabilización política»7, haciendo gala de cierta perversidad congénita y/o de un analfabetismo ideológico crónico.

Identificando a los emisarios y ubicando el domicilio remitente

Al comienzo de este texto llamaba la atención sobre la proliferación –acrecentada de forma particular durante el presente mes de junio (2009)- de artículos, propuestas, ataques y respuestas, confeccionadas desde la “colaboración-crítica” y el “dentro-contradictorio”, de la mano de reiterados llamados a la “cohesión revolucionaria” y al “diálogo sin sectarismos” hacia la impostergable transición al Socialismo en Cuba.8
Cabe señalar que en este sinnúmero de “mensajes” (más allá de las firmas y/o el anonimato) se localizan de manera puntual dos emisarios, con agendas políticas contrapuestas pese a ciertas analogías del discurso y la similitud de objetivos.
Se detecta, a primera vista, la presencia de dos fracciones en pugna con idéntico domicilio remitente:
1.- La vanguardia histórica del Partido Comunista Cubano, de claro corte stalinista, mayoritaria y octogenaria; en funciones públicas de alto nivel y/o en reserva bajo el “plan pijama” y, 2.- El impulso reformista de una nueva generación de militantes del Partido Comunista Cubano y de cuadros cercanos a esta institución, de inspiración trotskista, minoritaria, que oscila entre los 40 y 60 años de edad, miembros de nivel medio o medio-bajo de la élite gobernante cubana9.
También hay que ubicar en las proximidades de esta tendencia a un grupo de intelectuales mucho más heterodoxo que comulga con un amplio abanico de doctrinas políticas, en los límites de la socialdemocracia sueca y el “comunismo” italiano de Refundación, pasando por la Izquierda Unida española y aterrizando en el “socialismo” bolivariano del Siglo XXI de manufactura chavista.
Si bien es cierto, como señala el compañero Armando Chaguaceda, que esta primera fuerza prefiere la opción, actualmente en curso, de «la hibridación de comunismo cuartelario y políticas capitalistas (en sus versiones estatal y neoliberal)10», más en la tónica de las reformas “C o c a”11 implementadas por el presidente-General.
El segundo grupo, opta por la Quinta Internacional Socialista Participativa y propone como “solución” las Propuestas Programáticas para un Socialismo Participativo y Democrático (SPD), «presentadas desde dentro de la revolución y el Partido Comunista»12.
Desde luego, si fuéramos a optar por el mal menor, sin el más mínimo cuestionamiento, nos adheriríamos a esta fracción.
Pero ese no es el caso. Aunque sabemos de antemano que es factible entablar un debate (y hasta un diálogo) con los representantes de esta corriente reformista -de hecho desde hace algunos años mantenemos una polémica abierta que, además, me atrevería a calificar de fraterna, dependiendo más de la personalidad del interlocutor que de las ideas que profesa-, reconocemos gruesas contradicciones en sus planteamientos que, inevitablemente, generan reticencias.
Aún así -insisto- registramos una abismal diferencia entre estos portavoces del SPD, cargados de buenas intenciones, sin lugar dudas y, los abueletes cuartelarios. A esta corriente reformista no se les puede imputar un solo asesinato, una delación, una condena, una golpiza, una traición; en cambio, los stalinistas cuartelarios han sido los protagonistas directos de cuanta infamia se ha cometido en Cuba durante los últimos 77 años. Sin embargo, vemos con asombro cómo se alistan -tal vez de manera involuntaria, por inercia o por miedo- a repetir los mismos “errores” que en el pasado cometiera su casa matriz.

Descifrando los mensajes

Tan sólo reparemos en esta frase de Campos13, para ahondar someramente en estas reticencias que comentaba con anterioridad: « […] más que nunca es necesaria la cohesión entre las filas revolucionarias, sin que por ello cese la lucha de ideas en su seno por hacer avanzar el socialismo» (el subrayado es nuestro). E inmediatamente, dos párrafos más abajo, afirma: « […]Los enemigos del diálogo, del intercambio y el entendimiento; los partidarios de agudizar las contradicciones, siempre se opondrán a este tipo de movimientos y buscarán torpedearlos para más encono y agravamiento de las tensiones», equiparando a “los partidarios de agudizar las contradicciones” -es decir, a los revolucionarios sociales conscientes de su rol- con “enemigos del diálogo, del intercambio y el entendimiento”.
Cualquier análisis medianamente racional nos lleva a concluir que estamos frente a una gigantesca incongruencia y nos exige cuestionarle a Campos semejante maroma dialéctica, por lo menos mediante la formulación de un par de interrogantes: a.- ¿Cómo pretende “la cohesión entre las filas revolucionarias, sin que por ello cese la lucha de ideas en su seno por hacer avanzar el socialismo” sin agudizar las contradicciones ni agravar las tensiones propias de la lucha entre excluidos e incluidos? b.- ¿Con quién procura dialogar y alcanzar un entendimiento sin agudizar las contradicciones ni agravar las tensiones?
En el mismo texto señala, a modo de punteo preciso, que: «Hace tiempo se viene insistiendo en la necesidad de acabar de establecer el nuevo consenso sobre la sociedad en que el pueblo cubano desea vivir, la cual no puede ser impuesta, sino resultante del intercambio entre todos los revolucionarios y con todos los cubanos honestamente interesados en el bienestar de la nación […] Cuba debe cambiar en muchos aspectos y muchas modificaciones habrán de hacerse para perfeccionar el sistema político a fin de lograr una verdadera democracia participativa y decisoria, como demanda una sociedad que pretenda construir el paradigma socialista nunca alcanzado […] El pueblo cubano vive decenios de inseguridad, sometido a infinidad de indefiniciones y multitud de regulaciones de todo tipo impuestas por los distintos niveles de la burocracia, que obstaculizan la vida del cubano común, sin saber cuál va a ser el rumbo que seguirá el gobierno, sin poder hacer planes a mediano y largo plazo, dependiendo de cambiantes coyunturas y decisiones de las que no participa […] Si no se asume, con todas sus consecuencias que el sistema burocrático de propiedad estatal, trabajo asalariado y centralización de las decisiones y el excedente, heredado del estalinismo ya fracasó y por tanto debe ser cambiado, no simplemente actualizado, el único avance garantizado es… hacia el hundimiento. Lo demás, como postergar indefinidamente el VI Congreso, no informar públicamente los planteamientos del pueblo, no realizar una discusión en el seno revolucionario y otros movimientos, sólo pueden ser interpretados como la intención de ganar “tiempo”, a la espera de que un milagro reviva el “modelo”...de desastre. Se socializa y democratiza el sistema o se derrumba.
Ya muchos revolucionarios cubanos han expuesto ideas al respecto. Y no culpen luego al imperialismo. El burocratismo, y muy especialmente el sectarismo dogmático predominante en las esferas de la dirección del partido y el gobierno, están impidiendo el diálogo sincero y comprometido en el seno revolucionario […] En Cuba, hoy, se aprecia con total nitidez el carácter reaccionario del sectarismo en esas acciones que crean divisiones, resentimientos y obstaculizan el avance socialista. […]». Y, sin embargo, concluye: «[…] Algunos quieren que abandonemos la política de colaboración-crítica con el gobierno-partido y asumamos el enfrentamiento. No voy a calificar sus intenciones y métodos gastados, cada cual sabrá sus razones, pero no vamos a prestarnos a campañitas que puedan siquiera parecer fuera de la Revolución o contra ella. Todo cuanto hagamos será siempre desde el dentro-contradictorio. En lo personal, con ella y a partir de ella, moriré o viviré […]».
De más está aclarar que no tengo motivos para dudar que Campos en realidad desea que el cubano de a pié se apropie enteramente de su destino y participe democráticamente del debate para “establecer el nuevo consenso sobre la sociedad en que el pueblo cubano desea vivir”, mismo que no puede ser impuesto “sino resultante del intercambio entre todos los revolucionarios y con todos los cubanos honestamente interesados” en un cambio de forma y de fondo.
Lo que despierta mis suspicacias es que, no obstante (después de haber llegado hasta aquí), Campos termina sumido en una proposición insostenible; porque toda posibilidad de que la gente cubana haga suyos los conflictos en curso y decida, libre y autónomamente, la sociedad en la que quieren vivir, transcurre inexorablemente por el abandono de la política de colaboración con el régimen y la superación del gobierno-partido. Acciones que presuponen la necesidad de emancipación socio-humana para el pleno disfrute de la Libertad. Esa Libertad que no se agota en las libertades burguesas que donairosamente reconoce la Declaración Universal de Derechos Humanos ni cabe en las estrechas urnas de ningún circo electoral sino que solamente se concreta con la capacidad individual y colectiva de decidir la propia vida, libre y autónomamente, sin relación de dominación alguna que la coopte. Y ello, obviamente, nada tiene que ver con prestarnos a “campañitas” contrarrevolucionarias como insinúa Campos.14
Esto, sin que me quepa un ápice de duda, lo sabe perfectamente la corriente que integra Campos. Tal vez, al final del camino, todo pueda reducirse al inconveniente de las disparidades en los tiempos de maduración ideológica. Pero lo definitorio al respecto aún está por decirse.

Localizando el (o los) destinatario(s)

En términos genéricos, pueden identificarse dos destinatarios a quienes van dirigidos estos mensajes, sin que importe demasiado reparar en distinciones sobre el “color” de la fracción que los emite.
Ambas caras del Partido dirigen sus SOS en dos sentidos, unos hacia el exterior y otros de carácter endógeno: En el exterior, los destinatarios son sus pares en busca de apoyo estratégico.
Necesitan armas y parque (aunque sean teórico-ideológicas) que les auxilie para librar esta guerra fratricida en que se enfrentan. Alzarse con el Poder del partido, depende de ello. Lo que no distinguen estos contrincantes es la inutilidad de semejante lucha. El Partido Comunista Cubano es un inmenso elefante blanco varado en una piscina. Por mucho que chapotee está destinado a ahogarse, ya sea si se aferra a continuar nadando hacia ningún lugar o si decide beberse toda el agua que le oprime. La fuerza y la utilidad del Partido radicaban en la enorme (y desaparecida) potencia imperialista que les avalaba.
El oro de Moscú les permitió mantener todos los puestos que ostentaban con Batista y comprar cuantos ministerios, direcciones y grados militares, consideraran necesarios para asegurarse la supervivencia y el control hegemónico. Las toneladas de armas y los millones de barriles de petróleo a cambio de azúcar y carne de cañón en operaciones militares, aseguraban la prosperidad del confortable virreinato
“socialista” en plena “guerra fría”.
No es por casualidad que Abraham Grobart (Fabio), uno de los más fieles servidores del Komintern en la Isla, le ofreciera el Secretariado General del Partido (Primer Secretario) al “compañero” Fidel en 1975, durante el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. De no haber tenido tanto que ofrecer jamás hubiesen sobrevivido a una revolución burguesa de claro carácter nacionalista, mucho más próxima (ideológicamente hablando) a los postulados nacionalsocialistas italianos y al populismo revolucionario de Perón, que a los legados marxistas. Desde luego, el pragmatismo leninista les llevaría a bucear en la historia y justificar la paternidad común (Georges Sorel) de ambas ideologías (fascistas y leninistas).
En el interior, los mensajes tienen un único destinatario: el presidente-General.
Ambas fracciones coinciden en la búsqueda de reconocimiento y se ofrecen como “gestores” proponiéndose como vehículo de salvación ante la inminente implosión.
Unos pretenden venderle “lo bueno por conocer” y los otros -desde sus roídas pijamas o en los puestos de confianza- procuran continuar brindándole “lo malo conocido”; producto probado y calado que le ha permitido la perpetuidad en el Poder a los provectos hermanitos por más de medio siglo. En resumen, lo único que parece unificar a las fracciones del Partido es la búsqueda de reconocimiento y la continuidad en Poder, para ello se prestan a auxiliar al presidente-General. Tanto los representantes del SPD como los defensores a ultranza del stalinismo cuartelario se aprestan a tender la mano con la mascarilla de oxígeno que reanime el régimen: El oportunismo es inherente al leninismo.
El viejo Marx tenía razón cuando sostuvo que la historia, en caso de repetirse, regresaba en forma de comedia aquello que alguna vez fuese tragedia.
Indudablemente, los leninistas cubanos ya tienen lista para escena una comedia mediocre y aspiran ha realizar su segunda representación. Una vez más se disponen a traicionar al movimiento social revolucionario, al conjunto de los trabajadores y al pueblo en general, sólo que en esta ocasión el calendario se adelantó dos meses.

El panorama pese a todo alienta

Estas fueron las palabras, cargadas de ánimo y optimismo, con que concluía aquel editorial de Solidaridad Gastronómica de enero de 1959, que mencioné al comienzo de este texto, donde se acusaba el «centralismo estatal» y el evidente «ordenamiento autoritario» que empezaba a tomar cuerpo bajo la dirección de los hermanos Castro con el auspicio de los stalinistas cuartelarios. Cincuenta y un años más tarde estas palabras pueden volver a cobrar significado, si y sólo si, se alcanza la “cohesión”15 de todas las filas revolucionarias más heterodoxas y se concreta el “diálogo sin sectarismos” no con los jerarcas del régimen sino entre los socialistas anti-autoritarios en busca de alternativas al capitalismo; si y sólo si, se logra el consenso entre TODOS los luchadores incansables por la impostergable transición al Socialismo en Cuba.
Bakunin, estuvo tempranamente en condiciones de otear los desvíos y deformaciones que sobrevendrían si no compaginábamos adecuadamente las porciones de Socialismo y Libertad. Aquella sentencia lúcida que enunciaba que “Libertad sin Socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin Libertad es esclavitud y brutalidad”, adquiere gran pertinencia después de conocer en carne propia los estragos del leninismo bajo el capitalismo de Estado de los regímenes cínicamente bautizados bajo el eufemismo de “socialismo realmente existente”.
Jamás lograremos “el paradigma socialista nunca alcanzado”, con abstracciones y malabares dialécticos o, acomodos semánticos y declaraciones bien intencionadas.
Si realmente deseamos construir una verdadera democracia directa, autogestionaria, participativa y decisoria, fundada en el Socialismo y la Libertad, debemos atender a exigencias políticas bien delimitadas, que no pueden conducirnos a otro derrotero que no sea el cese de la amenaza represiva institucionalizada.
Dicho de otra forma: si realmente queremos extender la democracia directa e incitar a la participación popular, no hay otra alternativa que la instauración de un amplio régimen de libertades edificado sobre el consenso popular y la cohesión de las fuerzas motrices del socialismo antiautoritario.
Esto está en nuestras manos y no en las del presidente-General o cualquier otro jerarca reaccionario. Y sólo será posible mediante la abolición de las prohibiciones sociales y la derogación de las leyes y decretos represivos; a través del reconocimiento y respeto de las libertades individuales y colectivas (libertad de reunión, de expresión y movimiento); suscitando la autogestión de las colectividades obreras y campesinas; promoviendo la libertad sindical y la autonomía de los sindicatos, federaciones y confederaciones obreras y campesinas; rechazando toda exclusión -queremos una Cuba, diversa y múltiple, donde quepan muchas Cubas- y, construyendo una nueva sociedad sin oprimido s ni explotados, basada en la Libertad, la Igualdad, la Solidaridad, el Apoyo Mutuo y el respeto a la ecología, a la biodiversidad y el amor a la Tierra.
Como propone el Movimiento Libertario Cubano (MLC), en los “Seis Puntos Básicos de Consenso para un Cambio Social”, sugeridos a modo de “agenda mínima de convergencia” tendiente a un cambio social hacia el Socialismo en Cuba y “con el objetivo de consolidar discernimientos y estrechar la coordinación antiautoritaria, dentro y fuera de Cuba”, en aras del fortalecimiento del creciente movimiento socialista participativo y libertario.
Como afirmara, con esa sagacidad que le caracterizaba, nuestro entrañable Spósito: «No hay ni puede haber en esto operaciones fantásticas y una vez más habrá que repetir lo tantas veces dicho: una creación social libertaria y socialista no puede concebirse como el resultado espontáneo de una nebulosa legalidad histórica ni como un designio caudillista ni como una operación de ingeniería bajo la forma de la planificación central ni como la automática derivación del desarrollo tecnológico ni como una casualidad ni como un advenimiento mágico; una sociedad libertaria y socialista, en Cuba como en cualquier otra parte, ahora tanto como en cualquier otro momento, sólo puede ser el fruto de una profunda decisión autonómica y de una interminable sucesión de luchas y de gestos que se forman en los pliegues de la conciencia colectiva. O también, para decirlo en forma más sencilla, en Cuba habrá autogestión y por ende socialismo, sólo si lo quiere y lo decide la gente y no porque así lo disponga generosamente alguna resolución desde las alturas […]».16
Mientras tanto, no habrá participación popular ni democracia directa, mucho menos arribaremos al paradigma social nunca alcanzado, porque éste no ha de consumarse por obra y gracia de las buenas voluntades de la corriente de intenciones que integra Campos. En su defecto, tendremos “más de lo mismo” y continuaremos anclados en la patética espera de los designios de Cronos. En el transcurso habrá que soportar los dictados desde la cámara hiperbárica de las “reflexiones del Coma Andante” per saecula saeculorum y las especulaciones cotidianas en torno a las tan anunciadas reformas del presidente- General. Ojala mañana no tengan que arrepentirse los portavoces del “error de junio”.

Por el Socialismo y la Libertad.

San Luís Potosí, México,
25 de junio de 2010.
Autor: Gustavo Rodríguez
Publicado en: Cuba libertaria
Notas:

1. revolucionario de 1920 a 1940, agrupados dentro de la Federación de Grupos Anarquistas de Cuba
(FGAC) y Solidaridad Internacional Antifascista (SIA), acordaron celebrar una asamblea a comienzos de la década de los 40 con el propósito de reagrupar en una sola organización el esfuerzo libertario, disolviéndose ambos organismos (FGAC y SIA), con el fin de constituir un nuevo agrupamiento denominado Asociación Libertaria de Cuba. (ALC). Cfr. Fernández, Frank, El anarquismo en Cuba, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Madrid 2000, Pág. 73. A mediados del año 1960 los militantes de la ALC fueron encarcelados o exilados. Ex miembros de esta asociación constituirían en el exilio, en el año de 1961, en la ciudad de Nueva York, el actual
Movimiento Libertario Cubano (MLC).
2. Vid. Solidaridad Gastronómica, Año X. Número 1, La Habana, Enero 15, 1959, pp. 6-7.
3. Firmado por el Secretariado de Asuntos Sindicales de la ALC, con fecha 18 de enero de 1959 y, publicado en Solidaridad Gastronómica del 15 de febrero de 1959. Cfr. Solidaridad Gastronómica, Año X. Número 2, La Habana,
Febrero 15, 1959, pp. 7 y 11.
4. Vid. “Hacia dónde va el movimiento obrero”, Solidaridad Gastronómica, Año X. Número 3, La Habana, Marzo 15, 1959, Pág. 2.
5. Ramón García Guerra en ”Contra el silencio de la flecha”, disponible en http://www.kaosenlared.net/ noticia/por-verdadero-socialismo-cuba
6. Pedro Campos en “Cuba. Diálogo sin sectarismos: necesario para la cohesión revolucinaria”, disponible en http://www.kaosenlared.net/noticia/cuba-dialogo-sin-sectarismos-necesario-para-cohesion-revolucionaria
7. Roberto Cobas en “Cuba y el compromiso con su proyecto socialista más allá del anarquismo de la polémica” en http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=39087
8. Vale aclarar que, con el objetivo de facilitar su estudio, he integrado en un mismo paquete artículos de análisis y virulentos ataques anónimos, bajo orden cronológico como único criterio de unidad, con la finalidad de resaltar el incremento de estos “intercambios” en el transcurso de este mes.
9. Para corroborar esta afirmación sólo hay que reparar en los puestos ocupados por algunos de sus más destacados exponentes (más allá de que hayan o no “caído en desgracia” en algún momento de sus carreras) : Pedro Campos ocupó cargos diplomáticos y también fue Investigador Jefe de Proyecto en el Centro de Estudios sobre Estados Unidos de la Universidad de La Habana; Roberto Cobas fue especialista del Instituto de Investigaciones del Transporte; Soledad Cruz fue embajadora cubana ante la UNESCO; la difunta Celia Hart fue directora del Museo “Abel Santamaría”, entre otros.
10. Chaguaceda Armando, La Campana vibrante. Intelectuales, esfera pública y poder en Cuba: balance y perspectivas de un trienio (2007-2010), Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, Universidad Veracruzana,
Xalapa, Veracruz, Abril 2010, Pág.41.
11. Co:Cosméticas hacia dentro y Ca: Capitalistas hacia fuera.
12. Campos Pedro, Op cit.
13. Ibíd.
14. Id.
15. No la “unidad” aparente que esconde la subordinación a un pensamiento único y hegemonizador,
como atinadamente subraya Pedro Campos.
16. Spósito Rafael (Daniel Barret), De Fidel a Raúl: La Cuba de los Politi-Castros, Montevideo, 2009, Pág.170. De su libro en preparación “Cuba: El dolor de ya no ser.

viernes, 9 de julio de 2010

¿Dónde se es?: Paisaje y arraigo

La idea del anarquista como un sujeto desarraigado es una no­ción que debe revisarse perma­nentemente. El amor a la patria es una cosa, amar un paisaje es otra.

Este periódico se reconoce oriundo de la Región Chilena, si hemos utili­zado esta idea es porque nuestros compañeros del la primera época de El Surco también se referían así al contexto territorial desde donde escribían. Porque no creemos en el concepto de Chile como un República (de esas que a uno le enseñan en el colegio), para nosotros, lo que se hizo acá fue trazar líneas imaginarias sobre una región del globo terráqueo.

Desde esta aparentemente sutil diferencia, proyectamos las palabras venideras, donde queremos comentar con respecto a ciertos nociones del anarquista como un sujeto desarraigado, es decir, una persona que no es de aquí, ni de allá (diría Facundo Cabral), incapaz de establecer lazos emocionales con un territorio, por el hecho de no creer en la patria, repúblicas o estados.
Es claro que esta idea está cargada de una concepción errónea de lo que significa anarquía, el que escribe se considera un internacionalista, en la idea de que como Homo sapiens nos tocó poblar un mismo planeta y aquello nos conecta como espe­cie. No obstante, hay un paisaje que me es propio, hay una combinación de elementos atmosféricos que recuerdo con nostalgia cuando estoy lejos: plantas, olores, sonidos y casas, es un todo que no podría describir ni pintar, construido desde la experiencia y con el cual he desarrollado lazos afectivos y emocionales que lo convierten en único.

Conviene invocar en este las palabras del geógrafo cultural Yi Fu-Tuan: “Un paisaje es, ante todo, una composición. Revela grandes y pequeñas armonías, la mayoría de las cuales les resultan invisibles a las personas que ha­bitan en él y deben atender sus necesidades inmediatas”1 .

La cita se refiere a una jerarquía de armo­nías, no especifica, pero es claro que estas armonías son creadas por quien vive el paisaje. Nuestra concepción de un paisaje acotada a su dimensión visual es errónea por simplista, el paisaje es una experiencia, y como tal es multisensorial. Así, todos nues­tros sentidos se disponen hacia el paisaje, reconociendo armonías (que no deben ser necesariamente bellas) como puede ser un olor en relación a un sonido, o un sabor en función de un color.

Como fetichistas de la historia, no podemos dejar de lado la relación entre el individuo y el paisaje que se genera desde la interac­ción en el tiempo, ésta carga el paisaje de vivencias sobre las que volvemos cada vez que lo visitamos. Aquella esquina deja de ser una intersección y se convierte en el ne­fasto lugar donde nos caímos de la bicicleta, aquel árbol abandona su follaje actual, para nosotros solía ser más pequeño.

El arraigo pasa necesariamente por esas relaciones: Uno es, donde ha sido, suena redundante, pero lo que queremos expli­car es que la posibilidad de reconocerse, es mucho mayor en los lugares donde hubo una conexión entre el espacio y la persona. Mantengamos caliente la idea de “experiencia”.

Cuando nos dicen “ama a tu patria”, se nos pide verter un sentimiento íntimo sobre una molde abstracto. En lo personal, me es imposible proyectar amor en algo que no concibo, para mi esto de las líneas que no se ven y las banderas son sólo construccio­nes de otros que me han impuesto. Por ser impuestas, no puedo sentir aprecio sobre las mismas.

No sucede lo mismo con un paisaje, este genera placer porque existe un vínculo (arraigo), que cueste definir lo que más gusta de un paisaje, no quiere decir que no tengamos claro lo que compone dicho conjunto, sólo explica lo difícil que es poner en palabras una experiencia. Así entonces, estamos dispuestos a sentirnos parte de un territorio, lo importante es tener claro cuánto se está dispuesto a sacrificar por este territorio (entendiendo como territorio el emplazamiento físico sobre el que se construye un paisaje).

Para ejemplificar este sacrificio, prefiero hablar desde un yo: ¿Estaré dispuesto a matar por mi derecho a un territorio? La verdad la pregunta suena extrema, pero creemos que en el fondo esa es la consigna que sustenta las guerras. Suelo hacerme esta pregunta cuando miro por la ventana de la pieza, reconociendo esos detalles íntimos, sutiles despojos de realidad que he hecho míos. La verdad querido lector, es que no tengo una respuesta definitiva.

Todo lo que está ante nosotros, no nos pertenece, a pesar de ser nuestro (una cosa es poseer, otra cosa es ser dueño). Por lo tanto no tiene sentido morir defendién­dolo, sin embargo, todos los sentimientos vertidos nos van a impedir entregarlo así como así, tiene mucho de injusto el sentirse desplazado.

La patria es una multiplicidad de paisajes, muchos de los cuales no son más que una postal para nosotros, por lo mismo creo imposible sentirse arraigado en Chile, como podría uno sentirse arraigado en un espacio personal. A pesar de que los paisa­jes que amamos se proyectan desde Chile. La gran diferencia está en que el territorio es una posibilidad de arraigo, la intención de sentir que se puede ser en un lugar, es algo personal, va con nosotros y por lo tanto puede aplicarse a voluntad sobre el territorio que nos plazca.

No hay que creer en esa consigna patriotera que transforma un objeto abstracto en una suerte de “madre”, nosotros, como humanos, podemos sentirnos cómodos incluso en los lugares más inhóspitos, eso depende de la voluntad de arraigo.

Si le pusieron un nombre al territorio que va desde las cordillera al mar, eso me es indiferente, para mi puede tener múltiples nombres, según mi estado de ánimo.

Entonces uno comprende por dentro esos versos conocidos del compañero Pezóa Velis:

“Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.”

Citas:
[1]. Tuan, Yi-fu, Escapismo, formas de evasión en el mundo actual; trad. Karen Muller. Península, Barcelona, 2003. Pág. 161

Autor: Rako
Publicado en: El Surco Nº 17, Chile

Unidad y Autonomía

Existe una discusión dentro de los movimientos libertarios, casi tan vieja como el propio anarquismo y que nada sabe de fronteras, una tensión continúa entre la búsqueda de la unidad y la sana necesidad de la libertad y autonomía individual y grupal. No pretendo dar con una fórmula mágica, pero si plasmar aquí unas simples reflexiones que tal vez puedan aportar algo y que si no simplemente pueden quedar en el olvido como tantas cosas que se dicen o escriben. Lo escribo expresamente pensando en el momento que viven los movimientos libertarios en este pedazo alargado de tierra que alguien decidió llamar Chile, pero seguramente podrá ser entendido por anarquistas y libertarios de cualquier otro lugar del globo.

En especial me motiva a ello el grado de descalificación que alcanza a veces una discusión entre visiones del anarquismo que debiera ser tan natural como sana y enriquecedora. No sé si, cuando pensamos en las acciones, lógicas, tácticas, estrategias… que desarrollamos lo hacemos pensando en un fin a alcanzar, en un resultado o al menos en un avance en alguna dirección concreta. Si es así, que debiera ser lo más lógico, deberíamos tener siempre presente que lo realmente importante es ese fin que perseguimos y no la acción, lógica, táctica o estrategia en sí misma que empleamos en pos de ese fin. De modo que lo segundo, la acción, la táctica, debiera estar siempre abierta a la evaluación regular, a replantearse, a no ser considerada irrenunciable, un dogma, como el fin mismo, y por tanto abierta a cambio, en caso de que el resultado obtenido con dicha estrategia a lo largo del tiempo no sea el que se buscaba, no nos haya acercado lo más mínimo al fin o incluso se observe que nos aleja de él o nos estanca irremediablemente. Esto nos debiera dar, en cualquier caso, mayor flexibilidad a la hora de valorar (que es lo que deberíamos hacer en lugar de juzgar, que para eso ya existe un estamento que teóricamente desearíamos suprimir) las acciones o estrategias de otros grupos que teóricamente persiguen el mismo fin, puesto que entenderíamos que, igual que nosotros hacemos con nuestros métodos, ellos lo hacen con los suyos, que todo está abierto a crítica constructiva y, sobre todo, a autocrítica, que no existe en el método nada absoluto y que las estrategias sólo se muestran acertadas o erróneas en la práctica concreta y a lo largo del tiempo, y no apriorísticamente sobre un papel o un manual. Que ciertos métodos pueden ser útiles en una coyuntura adecuada y sin embargo hacer retroceder más que avanzar, ser un obstáculo, en otras.

Si con lo que todo libertario sueña es, más o menos esquemáticamente, con una sociedad radicalmente distinta, basada en la ausencia de autoridad, en el apoyo mutuo, el consenso y la horizontalidad, es difícil pensar que caminamos hacia ese sueño descalificando encarnizadamente a quienes están en el mismo lado de la lucha, a quienes teóricamente comparten un mismo fin, aunque con distinta lógica. Si entre nosotros actuamos así, si tan difícil resulta el consenso entre anarquistas, ¿cómo pensamos que en una sociedad futura quienes hoy viven en base a parámetros diametralmente opuestos serán capaces de consensuar nada con nosotros? Esa sociedad que llevamos en nuestro corazón debemos construirla a diario desde ese corazón mismo, debemos vivirla en nosotros. Sólo así se irá haciendo posible y será creíble para otros. Y que nadie entienda aquí que personalmente doy por buenos todos los métodos, todas las acciones, todas las lógicas, todas las estrategias. Personalmente no creo que el fin justifique los medios. Pero no me parece éste el lugar ni el momento para posicionarme personalmente. Cada uno debe reflexionar sobre su praxis y los resultados de ella y obrar en consecuencia, estoy muy lejos de sentirme juez de otras personas con el mismo derecho a acertar o equivocarse, a replantearse a diario, tomar un camino u otro según su propia reflexión, maduración de las ideas, formas de sentir la vida y la acción.

Dicho todo eso, voy ya sin más vueltas al tema que quería abordar: la unidad y la autonomía. Dándole vueltas a ese eterno dilema, pienso que uno de los errores, desde mi punto de vista, más habituales es plantearse el tema como una cuestión de opuestos. Pensar que la unidad anula la autonomía o que la autonomía impide la unidad. Pienso que en el momento que vivimos, tanto en América Latina como en Europa, aunque las realidades puedan parecer muy distantes, la unidad es más necesaria que nunca, por múltiples motivos. El primero de todos, que estamos ante un momento histórico en el que sería posible noquear definitivamente el sistema económico, político y social que lleva siglos sometiéndonos, y eso es difícil de conseguir desde acciones aisladas sin un sentido común y, sobre todo, sin unos objetivos y una propuesta clara. Pero, ¿unidad a costa de maniatar la autonomía, la libertad, la sana espontaneidad individual o grupal? No creo que eso sea tan necesario y de hecho me parecería un empobrecimiento, una renuncia a la propia base del anarquismo.

La cuestión es que es bien posible funcionar en ambos sentidos. Pienso que es a todas luces necesaria una coordinación, un entendimiento y un apoyo mutuos, una dirección común y, para ello, acciones, tácticas y estrategias comunes entre todos aquellos que soñamos con otro tipo de relaciones humanas, laborales, familiares, vecinales, vitales, entre estudiantes, trabajadores, cesantes, ecologistas, mujeres (personalmente considero una de las luchas más vitales la que sitúe definitivamente a la mujer en un plano de igualdad real con el hombre), okupas, pueblos originarios y cuantos grupos y sectores humanos estén sometidos o en lucha; un campo para la reflexión común, el consenso y la acumulación de fuerzas para hacer avanzar entre todos cada uno de los terrenos en los que la lucha es necesaria, en los que recuperar la sociedad, la economía y la política para los propios interesados, para el pueblo, para los actores reales de la vida, es imprescindible. Para ello, en base a mi reflexión, sería un gran avance contar con un espacio común bajo unas señas de identidad unitarias (por decirlo de alguna manera, un nombre y unas señas de identidad comunes, una “marca”) que sirva de paraguas para cuanta organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad desee, y en cuyo nombre se realicen sólo aquellas acciones que, persiguiendo objetivos concretos entre todos acordados y en una dirección por todos marcada, sean asumidas por todos quienes se integren en él. Sería también lógico que, en cada campo de la lucha, primara la voz de los colectivos directamente afectados y que conocen en mayor profundidad las problemáticas concretas y lo que en su terreno puede ser acertado o contraproducente. Es difícil que un/una estudiante de Derecho sepa mejor que un/una obrero del metal la estrategia que conviene en el sector metalúrgico, y viceversa, por poner ejemplos claros, aunque seguramente ambos puedan aportar desde sus saberes ideas útiles a los otros.

Al mismo tiempo, cada organización, grupo de afinidad, colectivo o individualidad debería poder guardarse el derecho a actuar de forma autónoma, en su propio nombre y sin la cobertura de ese conglomerado unitario, en aquellos campos o a través de aquellos métodos que no quepan en ese consenso. No sólo el derecho a actuar libre y autónomamente, sino también el derecho a no informar de acciones o estrategias que consideren por diversas razones que no deben ser difundidas. Por supuesto, el espacio para la crítica a las acciones, estrategias o lógicas autónomas debería quedar siempre abierto, puesto que la discusión permanente sobre lo que aporta o entorpece al conjunto, siempre con la vista puesta en el fin, y no en los medios como fin en si mismos, es siempre imprescindible y ayuda a que nadie pierda de vista el horizonte, cegado por la excitación de la propia práctica y sobre todo por el ego que a menudo se alimenta, aunque sea de forma inconsciente, a través del protagonismo que dan algunas prácticas.

La cuestión es: ¿quién toma la iniciativa para convocar a dicha unidad a organizaciones, colectivos, grupos de afinidad e individualidades hoy en día tan dispersos e inmersos en luchas cotidianas que con frecuencia se dan mutuamente la espalda? Con voluntad todo es posible.

Autor: Asel Luzarraga.
Publicado en: Revista El Surco Nº 17, julio de 2010, Chile.

lunes, 5 de julio de 2010

Contra el fetichismo obrero


Apuntes para superar la terminología marxista entre los anarquistas.



"Mira qué fácil es todo, cuando está bien explicado, me han dicho que el mundo es la lucha entre los buenos y los malos.
Que está la clase explotada y enfrente la explotadora y la lucha entre los dos bandos es el único motor de la historia.
Cualquiera que sea un currante, por el mero hecho de serlo, está de nuestro lado y merece nuestro respeto.
Por contra están los ricos, que son siempre los culpables de todo lo malo que ocurra y de todo lo malo que pase.
Y yo pienso que esta forma de no pensar es una mierda que impide ver los problemas tal como son, la realidad tal como es.
Simplificarlo todo así, sólo nos puede conducir a darnos contra una pared y creernos que eso es resistir"

(Producto Interior Bruto)

Hay entre los que se reclaman revolucionarios hay un cierto grado de sacralización de las figuras del obrero, del sindicalismo, de las masas y de la idea de lucha de clases. Si uno plantea la transformación social sin centrar el análisis en estos sujetos, conceptos y espacios, se estaría cometiendo herejía. Entre más “popular” vista el individuo o su organización, más genuinamente revolucionario es. Si no te llenas la boca con “proletariado”, “lucha de clases” otras palabras del mismo tono y no centras la acción cotidiana en ellas, ya no eres uno de ellos. A lo sumo serás un ambiguo postmoderno, un infantilista irresponsable o, derechamente, un reaccionario. Por supuesto, esta situación no es ajena a los llamados anarquistas. Y a mi entender esto se debe a que no nos hemos sabido librar completamente de la herencia analítica, estética y discursiva de los paradigmas revolucionarios marxistas de los sesenta, setenta y ochenta. El anarquismo criollo no ha superado del todo el trauma del izquierdismo que alguna vez reemplazó su lugar en el combate anti-estatal (MIR, FPMR, MJL). Hablo de trauma porque el rebrotar de la actividad libertaria en los noventa encontró huérfano al “movimiento anarquista” de referentes locales de su propia ideología (extintos hace tiempo), lo que llevó a muchos, explícitamente a veces, inconscientemente en otras, a acercarse a los modelos de análisis marxistas, a adoptar su estética, su memoria histórica y, lamentablemente, a copiar en ciertos casos sus modelos de organización. Las consignas, las demandas, los 29 de Marzo y los 11 de Septiembre, son los ejemplos más visibles de este proceso.

El recuerdo de los que combatieron y murieron por la libertad y el de las experiencias subversivas de otras vertientes ideológicas es sumamente importante si buscamos en ello herramientas para el hoy, pero es contraproducente cuando rememorar se vuelve un porfiado ejercicio para traer fórmulas del pasado que ya no resisten al presente. Por mucho que se le enrostre al marxismo la burocratización y el autoritarismo en cada una de sus experiencias históricas, cuestión irrefutable por lo demás, no vemos un vivo atrevimiento ni la intención a lo menos de cuestionar y cambiar tajantemente las herramientas de investigación sociológica que ellos emplean y que nosotros no abandonamos aún.

El principal problema que veo en esto es que por no cuestionar las claves de análisis del marxismo y sus terminologías, concluimos encerrándonos en sus mismas lógicas estrechamente economicistas en donde la revolución depende de las estructuras de producción, excluyéndose del estudio (y combate) las múltiples aristas del sistema de dominación que no necesariamente se vinculan al trabajo asalariado. A saber, la cultura, la política, el inconsciente colectivo, las diferencias étnicas y etcétera. Según los marxistas todo esto depende de los modos de producción (estructura y superestructura), entonces si trasformamos la economía, cambiaremos todo lo demás. (1) Y para modificarla hay que tomar el control político del Estado con la consiguiente y macabra dictadura del proletariado, que no es más que la dictadura del Partido Comunista. Pero para nosotros quienes sostenemos que no hay igualdad ni libertad en donde existen jerarquías y control policiaco, ninguna dictadura es deseada. Y aún en el caso de que trasformemos la economía suprimiendo en el proceso la estructura orgánica del Estado (instituciones, espacios y capacidad de control), aquello no importa una relación directa con la modificación del pensamiento individual. Es más fácil hacer notar a alguien que su jefe lo explota a explicarle que deje de creer que su compañera es su propiedad, que el peruano o el argentino no es su enemigo o que se puede vivir mejor sin autoridad alguna. Por muy comunista que sea la economía, no hay revolución alguna si no hay un cambalache categórico de las estructuras mentales. Y la economía no determina las cosmovisiones, sino una serie de factores que tienen que ver primordialmente con las experiencias particulares de cada ser. (2) La cuna no determina tu lugar en la lucha, eso sería creer que la distribución de mentalidades en el orden actual es como generalmente lo fue en la edad media europea. Un obrero puede ser tan enemigo de la libertad como su patrón. ¡Falsa conciencia! -nos gritan los marxistas y quienes creen en sus metodologías: como los poderosos controlan la cultura, modifican las aspiraciones de los obreros y los hacen renegar de los “verdaderos” intereses de su clase, pero cuando llegue el día –nos advierten- en el que todos los trabajadores se hagan la idea de que son una gran unidad histórica y de que juntos deben hacer la revolución anteponiendo sus intereses a los de las clases hegemónicas, se acabará la falsa conciencia y la sociedad de clases. Bonita ilusión, decimos, que no considera siquiera las dinámicas de la sociedad moderna en donde los roles se confunden anulando las divisiones nítidas entre los diversos actores sociales.

Hoy, un siglo y medio después de cuando se trazaron las ideas genéricas del materialismo histórico, tiempo en que todas las estructuras de dominación se han perfeccionado y sofisticado sobremanera, urge cuestionar todo aporte teórico desde esas vertientes. Y no se trata de destruir por destruir, por cierto.

Apremia también cuestionar el modelo de “explotados y explotadores”, pues ya no hay sociedad –y nunca la hubo- dual. Las redes de poder y los conflictos en sus entretejidos son muchísimo más complicadas que un simple encontrón entre burgueses malvados y proletarios descamisados. En todo individuo hay un opresor, en todo trabajador hay un capitalista, en todo militante hay un militar: es preciso acabar con todos.

Si bien el anarquismo tuvo una época en que su relación con el mundo de las organizaciones de trabajadores era estrecha, innovando orgánicamente y aportando de diversas formas a sus luchas contra las redes de poder económico y estatal; su cuerpo teórico concibió ideas de redención que sobrepasaban los márgenes productivos. La idea era la transformación integral del individuo y con él de la sociedad toda. No te liberas en cuanto a tu clase, sino en tu calidad de ser. Ni opresores ni oprimidos, he ahí la cuestión primera.

Volviendo a la necesidad de superar al materialismo histórico en el campo anarquista me resulta preocupante el afán de muchos de “reafirmar el carácter de clase del anarquismo”. Haré referencia a un artículo de la revista plataformista Hombre y Sociedad, pero insisto en que esto no solo está presente en dicha corriente. No criticaré punto por punto sus postulados que, asumo, están inspirados de buena fe, aunque no concuerde con la mayoría de ellos. Pero sí me interesa ejemplificar el problema con éste, un típico caso de matrimonio entre anarquismo y fetichismo obrerista, en donde abundan los términos “proletariado”, “dialéctica”, “conciencia de clase”, “masas”. Aunque, como veremos, la similitud no sólo está en las palabras, sino también en las claves de lectura de la realidad. Espero no distorsionar el sentido del texto, como ocurre casi siempre cuando se cita para debatir, pero creo que este párrafo habla por sí sólo. Dicen desde H&S para combatir a los detractores de su tendencia:

“Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases, a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que éste implica necesariamente” (3) (la negrita es mía).

¡Ay de nosotros los abstractos, los marginales y ajenos a las reales dificultades, los de vírgenes temores, los miedosos al dolor y al trabajo! Pero más allá de la arrogancia evidente, y de la ignorancia respecto a los costos que implica desarrollar la anarquía en otras formas, lo que me urge referir sobre este artículo es el porfiado tema de la lucha de clases. En donde no se concreta un cuestionamiento a la terminología marxista sino que, sirviéndose de ella, se permiten definir entre anarquismos concretos y abstractos. Personalmente valoro todo trabajo que se haga para mermar el sistema de dominación, cuanto más diversos mejor, y me agrada la preocupación por hacer más efectiva la presencia de las prácticas y valores libertarios en la sociedad, como supongo a la gente de H&S, pero me parece peligroso que se alimenten del materialismo histórico sin hacer al mismo tiempo una crítica profunda (más allá de los lugares comunes: antiburocracia, antipartidismo, etc.) de sus estrechos marcos economicistas. ¡La vida social es mucho más compleja que las relaciones con el malvado capital! Antes que el capital está la autoridad, y no hablo solo de las fuerzas evidentes del Estado o sus edificios y símbolos (Ejército, carabineros, cárceles, escuelas, edificios administrativos), sino –y principalmente- de aquella red de creencias que hacen de él una fortaleza aparentemente inexpugnable. Creencias como aquella hegemónica –y pilar de la dominación- que nos advierte que no se puede vivir sin autoridad. Y a esa máxima no la acabaremos únicamente con piedras y bombazos, ni con huelgas ni grandes manifestaciones. Aunque todo sirve, por cierto.

Y como soy un convencido de que las formas de combatir los mil rostros de la dominación pasan por multiplicar mil espacios de respuesta y contraofensiva, no puedo dejar de cuestionar aquella creencia (que también empieza a abundar entre los ácratas) que invita a distanciarse completamente de la lucha económica por considerarse funcional al orden. En esa lógica, por ejemplo, el sindicalismo vendría a ser otro instrumento más de dominación.

Veamos un caso. En el nº 53 de la publicación anti-plataformista Libertad! de Buenos Aires apareció un artículo firmado por Patrick Rossineri que sintetiza esta idea (4). Coincidimos en su análisis, más no en las conclusiones. Ante la pregunta de si acaso es posible o deseable para los anarquistas horizontalizar y autogestionar los sindicatos, el articulista remata negativamente, aunque deja en claro la necesidad de fortalecer entidades anarcosindicales, el trabajo en los barrios y con los no sindicalizados, con los cesantes. Bien dice Rossineri que el sindicato está inserto en el sistema de dominación en tanto reproduce al mismo en las estructuras jerárquicas de su funcionamiento interno, así como en su disponibilidad a las subvenciones estatales. Y es cierto que el sindicato es hoy un organismo autoritario y pancista, sólo preocupado en demandas inmediatas de caracteres gremiales y restringidos a su particular radio de acción. Ya no existe la huelga política, la huelga solidaria, como otrora cuando por ejemplo los gremios paraban sus labores para apoyar a otros sindicatos o reclamar la libertad de los presos políticos. Pero, a nuestro juicio, que el sindicato esté amarrado a la estructura de poder no implica negar la posibilidad para un anarquista de luchar en él. Requerimos transformar todos los espacios en los que nos desenvolvemos ¿por qué éste no? Y esto tampoco significa claudicar, hay que combatir a los politicastros, a los legalistas y todo dirigente sindical debe ser objeto de desconfianza en tanto autoridad, pues la delegación y la sumisión muchas veces visten ropajes simpáticos. El sindicato es una herramienta como tantas otras y además se ha mostrado útil para detener el abuso patronal en no pocos casos. Creo más bien que el problema pasa por no hacer del sindicato y el sindicalismo la panacea. Por su parte el anarcosindicalismo es una solución parcial y limitada a la burocratización del sindicato legal y partidista, pero no es en sí mismo la solución al general sistema de dominación.

La gesta libertaria trasciende nuestro lugar en el sistema de producción y el entretejido de relaciones salariales en el que sobrevivimos. Hasta acá llegamos hoy. El llamado es a cuestionar el uso indiscriminado y acrítico de la terminología y las claves de análisis marxistas entre los anarquistas, y para sugerir cuidado sobre su antípoda antieconómica. Y es que el anarquismo no depende de las estructuras de producción, pero tampoco puede desentenderse de las mismas. Pero y en todo caso, no es la verdad anarquista la que habla hoy, sino la limitada opinión de uno de los miles que se reclaman como tal. Provocar a la reflexión es la idea.

Citas:
[1]. A pesar de las reformulaciones y “actualizaciones” del pensamiento marxista, por ejemplo con el rescate de los aportes sobre “hegemonía” de Gramsci (opacado por largo tiempo en A.L. por Althusser y compañía), estas ideas continúan intactas. Entre otros véase, Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, X edición, Siglo XXI, Santiago, 1972.
[2]. Incluso los mismos historiadores marxistas lo han notado, aunque no se note en las directrices de sus partidos. Estúdiese los aportes de E. P. Thompson y su “Formación de la clase obrera en Inglaterra”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989.
[3]. El artículo referido es “A propósito de las resistencias a “La Plataforma”: Contribución a un anarquismo de masas.”, Hombre y Sociedad, nº 24, Invierno 2009, Santiago, p.15.
[4]. “El sindicato como herramienta de domina¬ción”, Libertad!, nº 53, Octubre-Noviembre 2009, Buenos Aires.

Autor: Manuel de la Tierra
Publicado en: El Surco Nº15 - Chile