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viernes, 7 de octubre de 2011

Reflexiones breves acerca de la rebelión en el mundo árabe


Una inédita ola de protestas sacude al mundo árabe, que se extiende desde Marruecos hasta los países del Oriente Medio. Los rebeldes libios en armas, los jóvenes egipcios o las mujeres tunecinas son los protagonistas, que sorprenden al mundo posmoderno, liberal y democrático que había decretado el fin de la Historia y condenado al ámbito de las leyendas a los “grandes relatos” de liberación y al “sujeto” protagonista de la Historia, o mejor aún, de la Revolución.
Los analistas de toda laya suelen remontar los antecedentes a estas rebeliones -y las recientes acampadas de “indignados” españoles o las insurrecciones de la juventud griega- a lo que denominan “Argentinazo del 2001”, aunque tal vez pueda rastrearse hasta los movimientos previos a la caída de la Cortina de Hierro y el “socialismo real” en Europa Oriental en 1989, el derrumbe del Muro de Berlín y la ocupación estudiantil de la plaza de Tianamen en China, que fue ahogada en sangre por las autoridades comunistas. Estos movimientos que se han producido durante las dos últimas décadas, pero con una frecuencia inusitada en los años recientes, tienen algunas características en común que vale la pena destacar: la participación juvenil, la escasa o nula identificación de clase de los protagonistas, la ocupación del espacio público para manifestarse (plazas y espacios de importante valor simbólico social), el rechazo o indiferencia frente a los partidos políticos tradicionales, la ausencia de una ideología definida aunque con una fuerte crítica a las formas de representación política (tanto democráticas como dictatoriales) y la utilización de los nuevos medios de comunicación y las redes sociales virtuales para autoconvocarse (Twitter, Facebook, páginas web, blogs, mensajes sms, cadenas de correos electrónicos, etc.).
Lo que resulta difícil de comprender tanto desde la izquierda como de la derecha, es que el conflicto de clase con el que estaban acostumbrados a pensar la realidad aparece diluido, o no se manifiesta incuestionablemente. Algunas interpretaciones marxistas, e incluso anarquistas, tienden a forzar los análisis tradicionales e incorporan los resabidos actores de siempre: el imperialismo o la clase proletaria. Pero no dejan de presentar algunas contrariedades cuando se deben explicar las consecuencias negativas de las políticas imperialistas y neoliberales dentro del propio Primer Mundo; o cuando se hacen análisis de clases y se habla de un movimiento obrero que nunca se manifiesta o -cuando lo hace- generalmente está a la zaga de reclamos que lejos están de tener un contenido económico o entrar dentro de la lógica del enfrentamiento entre el capital y el trabajo. No queremos decir aquí que los conflictos de clase son una quimera o firmar el acta de defunción del movimiento obrero, sino que existe una realidad social nueva de la que los viejos análisis socialistas tradicionales ya no pueden dar cuenta.
En el presente artículo trataremos de aproximarnos al conflicto del mundo árabe, no para proporcionar una receta o una hipótesis acerca de cómo interpretar estos nuevos movimientos sociales, sino con la aspiración de obtener elementos para discutir la realidad reflexionando desde un punto de vista anarquista.

Una particularidad muy interesante de las revueltas de Egipto y Túnez -que se dieron en menor medida en Jordania, Yemen, Siria Argelia y Libia- es el carácter espontáneo de las manifestaciones. Contra lo que siempre dictaron tanto el sentido común marxista como el burgués, la espontaneidad de la revuelta, la ausencia de una organización o una dirección, incluso de un programa común, no condena al fracaso a un movimiento popular, ni tampoco le impide alcanzar objetivos impensables desde un inicio, como la renuncia del gobierno de turno (tal como ocurrió con Mubarak en Egipto y Ben Alí en Túnez). Solamente en el caso de Libia la espontaneidad de las masas fue aprovechada por las fuerzas de la ONU, a fin de imponer sus políticas intervencionistas, que aniquilaron el espíritu liberador del movimiento. La intervención de los partidos políticos tradicionales en el movimiento, con los partidos musulmanes e islamistas incluidos, fue prácticamente inexistente y más bien se centró en llamados al orden y a la paz general. Incluso el Partido Comunista de Túnez participó de la coalición de gobierno junto al partido oficial, luego de la expulsión de Ben Alí del gobierno. Los llamados de la izquierda tunecina a conformar un nuevo parlamento y gobierno, encontraron su reflejo en los pedidos reformistas de la izquierda egipcia. Lo que resulta sorprendente es que las masas sin dirección política y de forma espontánea, se movilizaron y derrocaron a unos gobiernos dictatoriales que durante años los partidos políticos autoritarios, burgueses, reformistas, de izquierda o de derecha quisieron deponer infructuosamente.
El papel de los sindicatos fue más bien colateral y algo marginal al movimiento, siendo más notoria su participación en las últimas fases de la rebelión. En Túnez, la central sindical UGTT está muy burocratizada y no deja de estar fuertemente vinculada con las estructuras del sistema, impidiendo la conformación de sindicatos independientes. La participación sindical se redujo a una serie de huelgas declaradas poco antes de la caída de Ben Alí, cuando ya los días de su gobierno estaban contados.
Un aspecto interesante fue la creación de comités locales por los manifestantes, con un carácter igualitario y libre, para mantener el orden y el funcionamiento de la vida social en los barrios a los que no podían entrar las autoridades ni la policía. La autogestión y la ayuda mutua surgieron en los barrios que estaban bajo control popular. Cuando Mubarak retiró los diez mil policías que mantenían el orden en las calles, intentó con esa jugada “crear la anarquía” en un sentido hobbesiano, es decir, que la ciudadanía descontrolada se volcara al pillaje, el abuso, los robos y se aterrara frente al caos social. El resultado fue precisamente lo opuesto: la gente se autoorganizó en los barrios, y recorría con armas, palos y cuchillos las calles para prevenir los saqueos, logrando que la criminalidad disminuyera sensiblemente. Se recogía la basura de las calles, se realizaba el mantenimiento del orden público y unos ayudaban a otros: la cooperación y la autoorganización surgieron ni bien desaparecieron las fuerzas policiales. (1)
También es interesante como los jóvenes rebeldes se transformaron en los propios cronistas de la rebelión cuando las autoridades gubernamentales controlaban los medios masivos de comunicación. Las cámaras de los teléfonos celulares, la difusión a través de redes sociales de las imágenes de la represión, los relatos vía twitter de lo que ocurría en las calles rompieron con el cerco de censura gubernamental. Sin embargo el bloqueo de internet y la telefonía móvil que perpetró el gobierno no surtieron efecto. La difusión boca a boca tuvo un importante papel, demostrando que el movimiento no era tano solo un simple efecto emergente de las nuevas tecnologías.
La ocupación del espacio público también es muy significativa. La Qasba tunecina o la plaza de Tahrir egipcia se convirtieron en símbolos a ocupar por el pueblo, para debatir, conformar asambleas, manifestarse, protestar y combatir contra las fuerzas policiales. Las plazas ocupadas de las ciudades lejos de convertir a la gente en “masa”, aproximan los cuerpos y las voluntades, generan empatía y sentimientos de emoción indescriptibles, una realidad eufórica donde todos los objetivos empiezan a delinearse como posibles. Los manifestantes tunecinos se reunieron durante varios días en la plaza durante día y noche, y ni siquiera la fría lluvia invernal logró desalojarlos. En febrero, más de un millón de egipcios se movilizaron en las calles reclamando la renuncia de Mubarak.
Los reclamos no tienen una significativa motivación económica, sino que están centrados en reivindicaciones de un fuerte contenido moral: una ampliación de derechos, mayor libertad, fin de la corrupción, democracia, elecciones libres, libertad de expresión, derechos femeninos y otras reivindicaciones reformistas. En este aspecto, la participación juvenil y femenina es la más comprometida, debido a que los jóvenes y las mujeres son dos de los grupos sociales más postergados y sometidos, y cuyos derechos virtualmente no existen. Pero este carácter reformista de las protestas no ha sido comprendido por la mayor parte de la izquierda marxista y ciertos sectores anarquistas con estos mimetizados: según aducen unos y otros, tanto la ausencia de un partido revolucionario como la carencia de un programa pergeñado por las masas, llevará a malograr la posibilidad de un cambio revolucionario. Pero este pensamiento presupone que los objetivos de los manifestantes son coincidentes con los suyos, y que si el pueblo tuviera los medios a su alcance, haría una revolución sin lugar a dudas. Esto es pura ciencia ficción, simple especulación política. El rechazo a las formas tradicionales de representación política no excluye a la izquierda o los programas impuestos desde afuera. Peor aún resulta en el caso de los anarquistas neoplataformistas, que hacen lo posible por brindar un discurso lleno de lugares comunes con la izquierda: poder popular, inserción social, unidad con la izquierda para luchar contra el imperialismo, programa único (bendecido por las masas), anarquismo organizado (en torno a un partido anarquista), etc.
Los poderes de turno han reaccionado de diferentes formas frente a la protesta: de forma más benigna en Túnez y en Egipto -tal vez temiendo que las propias fuerzas encargadas de la represión se negaran a cumplir la cadena de mandos, como ocurrió en cierta medida en Egipto-, o masacrando a los manifestantes como en Libia primero y más recientemente en Siria, donde los muertos y desaparecidos se cuentan por millares. Las caídas de Ben Alí y Mubarak hicieron que el resto de los gobernantes del mundo árabe descartara las políticas de medias tintas, y se volcara a la carnicería indiscriminada a fin de no ser los próximos dictadores en ser depuestos. El resultado de estas políticas aún es incierto, y nada hace pensar que las protestas se debilitarán.

Si alguna conclusión podemos sacar de lo antedicho es que ni la radicalización de las consignas, ni la calidad revolucionaria o reformista de los objetivos de los manifestantes tiene relación con la violencia con que los diferentes gobiernos reprimen las protestas. Protestas relativamente pacíficas pueden desatar una masacre indiscriminada por parte de las autoridades como en Siria o Libia, y otras de un tenor parecido ser toleradas o reprimidas con un bajo nivel de violencia. Este contraste se evidencia más aún si comparamos las revueltas árabes con las acampadas de indignados en España, donde el pacifismo es prácticamente equiparable al civismo de los manifestantes. El poder policial suele responder con la violencia en la medida en que considere que la subversión que promueven los revoltosos atenta contra su estabilidad, lo cual depende en gran medida de la subjetividad de las autoridades políticas. Evidentemente la tolerancia a la manifestación de la “indignación” popular en España no se basa en su carácter no-violento, sino precisamente en que sus propuestas y prácticas no estuvieron ni siquiera cerca de desestabilizar al gobierno.
En un reciente artículo (2) que recomendamos su lectura, el autor expone algunas coincidencias entre los casos de Argentina en 2001 y los recientes acontecimientos en Europa; creemos que estas también son aplicables a las revueltas del mundo árabe:
1- prácticas horizontales descomponiendo patrones de representación política (“ni sindicatos ni partidos”),
2- aspectos ciertamente igualitarios (todos hablando en nombre propio y cualquiera pudiendo hablar),
3- dinámicas solidarias y autogestionarias, administrando colectivamente los esfuerzos y la satisfacción de las necesidades,
4- apelación a la construcción de espacios colectivos a partir de las diferencias existentes, esto es, rechazo de las hegemonías igualizantes en la búsqueda de una igualdad a partir de las diferencias,
5- ocupación concreta y efectiva de espacios públicos, es decir, de los espacios que simbolizan la existencia de un sujeto colectivo presente y no representado (“uso público del espacio público”, se decía no hace tanto en Tigre, cerca de Buenos Aires, o “la calle es nuestra”, como marca de la intervención comunicacional, mayoritariamente artística, en las calles).

Lo que resulta paradójico es que si bien las prácticas -el formato de las protestas, podríamos decir- tiene características notoriamente libertarias o directamente anarquistas, los objetivos pueden ser por completo discordantes o incluso hasta reaccionarios (como las propuestas nucleadas en torno a la organización española Democracia Real Ya, centradas en la crítica al bipartidismo). Como bien sostiene Hernún: “Se trata de movimientos habitados por inconsistencias, por contradicciones y por una multiplicidad de motivos diferentes, de estímulos diferentes, de prospectivas diferentes, que confluyen en acciones comunes. Por eso es que de nada sirve analizar los motivos o los anhelos, sino que el enfoque debe centrarse en los fenómenos y en lo que tengan de potentes frente al actual orden de las cosas.”
Frente a este panorama, es esperable una reacción gubernamental que restituya la situación, probablemente con algunos cambios, pero sin cambiar la esencia de una sociedad entre dominadores y dominados. Los pueblos de los países árabes que reclaman la misma democracia que los españoles consideran anquilosada pronto se hallarán en un punto no muy diferente del comienzo si no logran romper con estos vaivenes pendulares de la política en que se encuentran atrapadas casi todas las sociedades: democracia-dictadura, neoliberalismo-estado de bienestar o desarrollo-subdesarrollo.
Tal vez toda rebelión conlleve estos dispositivos y componentes anarquistas que mencionaba Hernún. El desafío consiste en lograr que las formas libertarias de la protesta generen contenidos anarquistas, logrando terminar con el panorama esquizoide donde se practica la autogestión, la ayuda mutua, el debate asambleario, la no-representación política y el igualitarismo, a fin de obtener una mezquina reforma electoral, elecciones libres, políticas más inclusivas por parte del Estado, devolución de ahorros incautados, y un interminable –pero muy cívico y reformista- etcétera.

Notas:
(1) Hobbes vs Kropotkin on the streets of Cairo, por Tom Streithorst, 31 de enero de 2011
(2) Por qué 2001 no fue un fracaso, por Hernún, publicado en: http://entornoalaanarquia.com.ar/blog/2011/05/26/por-que-2001-no-fue-un-fracaso/

Publicado en: Libertad!, Nº 59, Octubre-noviembre 2011, Buenos Aires.

Autor: Patrick Rossineri

Anexo:

Un relato sobre la rebelión egipcia.

Lo que está ocurriendo ahora en Egipto es crucial. Todo comenzó con una convocatoria a un “día de furia” en contra de Mubarak, el 25 de Enero. Nadie esperaba una convocatoria como ésta, hecha desde un grupo de Facebook, algo para nada organizado, que se hacían llamar “Todos somos Khalid Said” (el nombre de un joven egipcio asesinado por la policía de Mubarak en Alejandría el verano pasado). Pero ese martes comenzó todo, fue la chispa que encendió la hoguera. Ese martes hubo grandes manifestaciones en las calles de todas las ciudades egipcias, y el miércoles comenzó la masacre. Comenzó cuando intentaron sofocar la manifestación pacífica de la Plaza Tahrir el martes por la noche, y continuó el día siguiente, especialmente en Suez. Suez tiene un valor especial en el corazón de todos los egipcios. Fue el centro de la resistencia en contra de los sionistas en 1956 y en 1967. Allí se combatió a las tropas de Sharon en las guerras egipcio-israelíes. La policía de Mubarak llevó a cabo una masacre, asesinando al menos a 4 personas e hiriendo a 100, con bombas lacrimógenas, balines de goma, lanzallamas, y una substancia amarilla muy extraña que se arrojó por encima de la gente, la cual era quizás gas mostaza. El viernes se llamó el “Jumu’ah de la Furia” –Jumu’ah es viernes en árabe, en el fin de semana oficial en Egipto y en otros países musulmanes. Es un día sagrado para el Islam porque las oraciones más importantes son ese día, las cuales se llaman Jumu’ah. Las manifestaciones fueron programadas para después de las oraciones, al mediodía, pero la policía intentó evitar las movilizaciones con toda su fuerza y violencia. Hubo muchos enfrentamientos en El Cairo (en el centro, en Mattareyah, al este del Cairo), y en todo Egipto, particularmente en Suez, Alejandría, Mahalla (en el Delta, uno de los centros obreros más importantes). Desde el mediodía hasta el anochecer, la gente marchó en El Cairo hacia el centro, para ocupar pacíficamente la plaza Tahrir, hasta que el régimen de Mubarak cayera… todo el mundo gritaba una sola consigna: “El pueblo quiere tumbar al régimen”. Al anochecer, a las 5:00 pm, Mubarak declaró estado de sitio y sacó al ejército a las calles. Este estado de sitio fue seguido por desórdenes planificados por la policía, quienes soltaron a toda clase de matones y criminales, los llamados Baltagayyah. La policía planeó soltar a todos estos criminales de las prisiones egipcias para aterrorizar al pueblo egipcio. Ni la policía ni las tropas podrían controlar las calles, aterrorizando al pueblo. Luego siguió un bombardeo en las noticias egipcias de televisión, prensa y radio, sobre saqueadores en las ciudades, rateros disparando al pueblo. Pero el pueblo organizó “comités populares” para garantizar la seguridad en sus vecindarios. Lo cual fue bien visto por el régimen, ya que les interesaba generar un sentimiento de inestabilidad en el país. Pero también representaron un punto de inflexión, ya que desde ellos podemos construir comités obreros.

Nidal Tahrir, militante del grupo anarco-comunista egipcio Bandera Negra.

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