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jueves, 24 de marzo de 2011

Del “fetichismo obrero” y el “clasismo libertario”. Aterrizando dos puntos.


Hace ya un buen tiempo atrás, en mayo de 2010, redactamos un artículo para polemizar con los editores de la revista plataformista Hombre y Sociedad. “Contra el fetichismo obrero” se llamaba el texto. Pasaron largos meses hasta que nos llegó un escrito como repuesta. Cuando lo leímos, nos cogió un cierto dejo de decepción. Esperábamos más, sin duda, que una simple declaración autocomplaciente. De hecho, no prestamos mayor atención a ese texto, porque honestamente no nos pareció una “respuesta”, sino una repetición de lugares comunes, un escrito, desde la cabeza al rabo, exento de cualquier signo mínimo de autocrítica. Ni siquiera se pronunciaron frente a la cita aparecida en su revista y que nosotros rescatamos para debatir. Además, comparaciones –explícitas o no- entre nosotros y Stalin, contenidas en su texto, nos señalaron que era imposible hablar con un cierto grado de seriedad y honestidad. Hablaron de cualquier cosa, salvo de lo que nosotros buscábamos debatir. Les repito la mentada cita, por si no la vieron: “Así la resistencia a la plataforma aparece como la resistencia a dar el salto de un anarquismo abstracto, marginal, a ser parte activa en la lucha de clases, a hacerse parte de las dificultades reales que experimentan los movimientos sociales, por temores virginales a lidiar con la política real, se trata del temor natural que produce esta idea de que el anarquismo es sólo una posibilidad que hay que hacer parir, además del miedo al dolor y al trabajo que éste implica necesariamente” (HyS, nº24). No escribiré para debatir el texto enviado por los compañeros de HyS, porque no responde a lo que hemos preguntado y porque sus argumentos han sido bastante bien tratados, a mi juicio, por una colaboración recibida del compañero Rossineri desde Buenos Aires y que se publica ahora en El Surco.

Por nuestra parte tal vez cometimos el error de comenzar un debate sin exponer cual eran explícitamente nuestras posturas. O algo por el estilo. Nuestra editorial del número anterior también nos afirmó en esa idea en tanto dos compañeros, de por aquellos lados, nos consultaron, por separado, a qué nos referíamos nosotros con el término clasismo. Veamos si podemos dar una respuesta sustancialmente concreta y breve. De paso me gustaría indicar que nuestra postura no sólo parece chocar con los puntos de vista plataformistas, sino también con el de la mayoría del movimiento “revolucionario” en tanto medio mundo sigue creyendo que, cual expresión mesiánica, la “clase trabajadora” ha sido marcada por los dioses para transformar este mundo de injusticias en otro “mejor”. Como si la explotación solo existiera en materia económica o aquella determinara por sí misma todas las demás.

Tratando de entablar un piso mínimo sobre el cual hacer posible la comunicación de los opuestos del caso, quisiera advertir algunas cosas para evitar más monólogos, de su parte y de la nuestra. Creo que la lucha de clases existe tanto como la verdad científica o dios. Es decir, existe mientras alguien la considere útil para comprender el mundo. En nuestro caso, yo creo que entender a la sociedad dividida en clases sociales y luego sostener que dichas clases se oponen, es perfectamente posible y útil para captar varias situaciones de opresión de hombres sobre hombres. Pero creo que esa forma de ver las cosas es incompleta y a ella escapa una serie no menor de posibilidades de jerarquías que están exentas de relación directa con los modos de producción. Elementos que de no ser considerados nos imposibilitarían realizar análisis menos simplistas de cómo funcionan las diversas sociedades. Y esto es extensible a cualquier clave de interpretación. Todas son útiles para usar en ciertos casos, pero no para todos. Es imposible leer, por ejemplo, en clave científica el mundo de los sueños o de las creencias, o de la fé. Son lenguajes distintos y mientras no se entienda aquello, todo debate entre esos opuestos está condenado a una perpetua guerra de manifiestos y discursos hechos, es decir, más monólogos.

Ante muchas cosas me considero simplemente ignorante, aunque siempre trato de hallar respuestas parciales. Sin embargo y respecto al tema que nos convoca, varias realidades indican que no estoy errado al señalar que tratar de entender toda la historia del mundo como la historia de la lucha de clases es un despropósito de magnitudes garrafales. ¿Medio siglo de historiografía crítica debieran significar alguna cosa no?. No obstante insisto, dicha forma de comprender las cosas efectivamente nos entrega varias respuestas que otros prismas de interpretación no son capaces de ver, pero nada mas que eso.

Atendiendo a la pregunta de los dos compañeros y luchando contra el limitado espacio del que dispongo, esbozo una respuesta parcial. Llamo clasismo (revolucionario) a una postura de lucha que, entendiendo que la sociedad está dividida en clases antagónicas, pretende que la clase que identifica como “explotada”, acabe mediante “la revolución” con la sociedad de clases. Por supuesto el “clasista revolucionario” se identificará con la clase explotada, y aunque no sea más que un individuo de “clase media” que empatiza con los que son mayormente oprimidos en términos económicos, se hermanará con una serie de posturas y creencias que, supuestamente, corresponden al “pueblo”. Y digo esto último, porque el clasista revolucionario, según entiendo, cree que la sociedad de clases sólo puede ser destruida en un proceso dentro del cual “la clase” oprimida sea protagonista. ¿Por qué es la clase trabajadora la señalada para conducir los cambios? Porque es la que más sufre con el orden económico imperante y porque sin ella, el capitalismo no podría existir. Muy bien. Hasta este punto la mayor diferencia que podemos tener con quienes se plantean clasistas revolucionarios (libertarios o marxistas) es en el énfasis y la importancia que se le puede otorgar al supuesto rol conductor que le correspondería a la clase trabajadora en la lucha revolucionaria, por el sólo hecho de existir.

Pero sinceramente creo que la discusión es otra. Es decir, me da igual si se llega a comprobar científicamente (que por cierto es otro filtro útil y limitado de cognición) que la lucha de clases es efectivamente el motor de la historia y que todos los complejos fenómenos de la vida se supeditan a ella. El problema no es la existencia misma de las clases sociales que supuestamente todos buscamos destruir. El inconveniente es buscar una sociedad “sin clases” apoyándose en “una clase” como medio. Entendiendo no-sotros que el factor económico es uno más de los que pueden condicionar la estructura injusta y oprobiosa de este mundo, ¿por qué hemos de buscar la transformación individual y social solo limitándonos a ella?. Entre una y otra persona pertenecientes ambas a una “misma clase”, pueden existir innumerables relaciones de poder (generación, género, saberes, costumbres, culturas, etc.) que pueden conllevar desigualdad y opresión del uno sobre el otro, elementos que no tienen por qué obedecer a la estructura económica o a los supuestos “valores burgueses”. Indico esto último porque es común escuchar que todos los comportamientos humanos considerados por los revolucionarios como “despreciables”, todos los vicios, se deben a la “burguesía”, como si la clase trabajadora fuera santa por naturaleza. El marxismo, ante el agotamiento de argumentos concretos, ha sabido usar hasta el absurdo la calificación de “pequeño-burgués” a todos quienes no se reverencian a él. Lamentablemente no han faltado buenos compañeros anarquistas que le han hecho el juego repitiendo lo mismo una y otra vez.

Nuestra propuesta es otra. Hay que acabar con las clases sociales hoy. Y esto creo yo, no se logra perpetuándolas en nuestro vocabulario, en nuestras organizaciones o en nuestras prácticas. Aquel que viva esperando un mañana para comportarse como anarquista, se morirá “acumulando fuerzas”, esperando mejores tiempos para algo que puede tratar de imaginar y llevar a la práctica hoy. No queremos un mundo dividido en clases. Ni para mañana, y sobretodo, ni para hoy.
Aquí no se trata de olvidar el importante papel que cumple la economía en la estructura general de dominación, tampoco de “despreciar” al pueblo, pues en mi íntimo caso, aquello sería repudiar a mi viejo y a mi vieja, que por supuesto no son ni médicos, ni ingenieros, ni profesores, o cualquier oficio mesocrático, como varios de los padres de nuestros más furibundos clasistas. Aquí se trata de complejizar las cosas, tratar de hacer más efectiva la lucha y acabar de una vez por todas con las malditas caricaturas.

Publicado por: El Surco, nº 24, marzo 2011; Santiago, Chile.

Autor: Manuel de la Tierra

1 comentario:

  1. Ha pasado tiempo de lo que escribiste. Quizás hasta sea una publicación que se encontraba en otro sitio y, por ende, es ahí donde se dio alguna discusión al respecto.
    No sé si escribiste lo anterior con el tiempo suficiente para que las ideas salieran y al final, al entrelazarlas todas, nos encontrásemos con lo que querías decir.
    En fin, entiendo cuál es tu punto. Sin embargo, no logro ver la propuesta práctica (para un hacer) que parta desde el sujeto (individual y colectivo) revolucionario y no revolucionario o sea, el 'hombre medio'.

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