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viernes, 10 de septiembre de 2010

La caja ¿boba?


En “Crecer con la televisión: perspectiva de aculturación”, sus autores (George Gerbner, Larry Cross, Michel Morgan y Nancy Signorielli), dan una definición sobre la televisión al caracterizarla como “un sistema centralizado para contar historias. Sus dramatizaciones, noticiarios, publicidad y otros programas conforman un sistema relativamente coherente de imágenes y mensajes y los llevan a cada hogar. Este sistema fomenta desde la infancia las predisposiciones y preferencias que antaño se adquirían a partir de otras fuentes primarias”. Ahora bien, esta frase por sí sola no agrega nada nuevo a la idea de la televisión como soporte tecnológico de información, y menos aún nos permite indagar sobre las implicancias sociales de este fenómeno cultural. Sin embargo, da una idea vaga, esquemática y técnica para a partir de allí intentar desgranar su preponderancia, incidencia y efectos sociales. Ese es el propósito del texto: hacer una aportación al análisis sobre los mass media.
La televisión es el medio de masas con mayor penetración y protagonismo social, y la principal fuente de entretenimiento y ocio en los hogares. Por ejemplo, Nancy Signorielli afirma, en el trabajo citado al inicio, que en los EEUU el televisor permanece prendido una media de siete horas al día, y que las personas de más de dos años de edad ven con atención al menos tres horas de programación diarias. No es un hecho aislado, por el contrario, en mayor o menor medida esta particularidad es norma corriente en cualquier contexto social sin importar la idiosincrasia, los hábitos y costumbres propios de cada lugar. Sino pensemos mínimamente el nacionalismo futbolero que se respiró en la Argentina por el “síndrome mundial”, y que se destiló en cualquier emisión de la televisión sin importar que sea un noticiero, un programa deportivo, de chimentos o una publicidad. Hasta la presidente y su plana de ministros estuvieron, calculadoras en mano, imaginando un escenario político favorable si la selección argentina de fútbol lograba coronarse campeón mundial.
A los medios de información desde hace aproximadamente tres décadas se los ha dejado de ver como meros canales por donde el flujo comunicativo llega a la gente de manera limpia, directa y sin interferencias. Por el contrario, los estudios centrados en la comunicación hoy más que nunca hacen hincapié en el protagonismo en la construcción simbólica de los mass media. Esto se puede indagar en los trabajos de, por ejemplo, Eliseo Verón, Pierre Bourdieu o Aníbal Ford por citar solo alguno de ellos. Es tal la importancia de los media que Nancy Signorielli hace una analogía entre la televisión y la religión ya que ambas se materializan en un ritual diario, así como en las similitudes en relación a las funciones sociales que ponen en juego, y que para esta autora son las continuas repeticiones de formas (mitos, ideologías, datos, relaciones) al momento de adjetivar el mundo, legitimando un orden social particular.
Pero el análisis no debe quedarse en la superficie, sino que debe inmiscuirse en las causas de la mediatización social e indagar el porqué de la preponderancia de la televisión. Y para ello es necesario entender mínimamente su estructura y funcionamiento. Ese será el horizonte argumental a seguir a partir de esto momento.
La primera diferencia sustancial que la televisión establece con, por ejemplo, la radio y la prensa escrita es que requiere de nosotros una atención privilegiada a su embrujo. Cualquier otra actividad ajena a la contemplación exclusiva de sus mensajes queda anulada como posibilidad ya que la televisión no apela al pensamiento crítico, se contenta con que prioricemos aspectos emocionales de nuestra conducta al momento de sentarnos y mirar la pantalla. Básicamente esto es así porque la propuesta comunicacional televisiva se centra sobre dos ejes: la producción y circulación simbólica en función de una grilla preestablecida de estereotipos.
La televisión hace de la inmediatez, del “ahora mismo”, del discurso directo, la razón de ser de su propuesta. Y en este artilugio del instante presente como única posibilidad de relación es que las instancias de raciocinio y crítica quedan caducas y solamente necesita de la contemplación emocional. El pensamiento crítico queda anulado porque la televisión nos induce, a través del poder de la imagen, a vivir un mundo virtual de preconceptos arbitrarios y preestablecidos por la propuesta televisiva, fomentando en los ocasionales espectadores, una pasmosa pasividad mental.
Negar la influencia de los medios masivos de información en el quehacer diario es no ver la preponderancia que tienen en la construcción social. Hoy día lo que no es visualizado por ellos no tiene entidad, no existe. Es una exigencia pasar previamente por el filtro selectivo de los mass media para facilitar que un suceso cualquiera deje de ser una posibilidad enunciativa y se convierta en una noticia. Y para ello no importa que sea verdad o mentira lo que enuncia, sino que alcanza con que sea espectacular e inclusivo, inmediato y fugaz.
La televisión construye su discurso a través de una batería infinita de imágenes inconexas ordenadas coherentemente para dar la idea de homogeneidad. Pero como lo inmediato es lo que marca su curso, este rompecabezas de imágenes disímiles, pero presentadas ordenadamente, pasan desapercibidas para el espectador. Es así que nada sorprende cuando desde un noticiero se pasa de una secuencia de imágenes sobre represión a otra sobre las nuevas tendencias en la moda de los famosos, para volver luego a las corridas de una persecución policial y terminar con una publicidad sobre la elegancia de los autos de alta gama.
De esta manera, la imagen actúa de tal forma que no permite discernir sobre la función ideológica que oculta la presentación de su discurso. Nada es inocente en su propuesta, por el contrario, el collage de imágenes fragmentadas que presenta como un todo homogéneo sólo persigue un fin: confundir transformación con reproducción, o lo que es lo mismo, construcción mediática con reflejo social.
El tiempo en la televisión no se detiene un instante, todo está marcado por la fugacidad y velocidad con que se muestran las imágenes. El tiempo que cuenta es el presente, el cual se transforma en pasado en cuestión de segundos. Todo es vértigo, y la relación que establece la televisión con su espectador está dada por lo instantáneo. Teniendo en cuenta esta peculiaridad, y aunque parezca una obviedad, no está demás resaltar el carácter lineal, unidireccional y simplificado del mensaje televisivo. Y más que de instancias de comunicación (donde prima la bidireccionalidad) debemos hablar de instancias de información.
Comparada con otros soportes tecnológicos, la televisión posibilita una grilla relativamente restringida para una pluralidad de intereses y públicos por demás heterogéneos. Básicamente los programas televisivos son comerciales por necesidad, pensados para audiencias amplias, heterogéneas y acríticas. Como bien resalta Nancy Signorielli: “La audiencia está constituida siempre por un grupo de personas disponibles en un momento concreto del día, semana o estación. La elección de programas depende mucho más del reloj que del programa en sí. La cantidad y variedad de elección al alcance del espectador cuando éste está en disposición de ver un programa, también está limitada por el hecho de que muchos programas dirigidos a la misma audiencia general son similares tanto en apariencia como por su atractivo” (“La Televisión en la Sociedad”. 1986)
Hasta acá un pantallazo general de la estructura televisiva y de cómo ella incide en las relaciones sociales determinadas cada vez más por las mediatizaciones producto de la preponderancia de los medios de información. A esta característica propia de fines del siglo XX el filósofo francés Guy Ernest Debord ya la definía en 1967 bajo el concepto de “sociedad del espectáculo”, intelectual para quien las relaciones sociales dejan de ser mediatizadas por cosas y sustituidas cada vez más por las imágenes: “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Esta condición, en que la vida real es suplantada por la imagen es para Debord “el momento histórico en el cual la mercancía completa su colonización de la vida social”.

Autor: Gastón
Publicado en: Libertad Nº 56, septiembre 2010 (Buenos Aires).

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