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viernes, 12 de marzo de 2010

El culto goebbeliano de la mentira

Mucho se ha debatido acerca de si es posible establecer verdades definitivas, así como enunciarlas desde un punto de vista subjetivo. La filosofía, la epistemología, la historiografía y otras disciplinas han dedicado extensas páginas a estas cuestiones, y no es nuestra intención entrar en tan intrincado problema. Sin embargo, aunque la condición de “lo verdadero” y “lo objetivo” ha provocado encontradas pasiones, la condición de “lo falso”, es decir, la mentira, ha obtenido un cierto consenso, con excepción de algunos pensadores posmodernos como Baudrillard.

Todas las culturas tienen una cierta actitud de reprobación hacia la mentira. Si bien existen las salvedades para algunos casos (mentir para salvar la vida propia o de un tercero, las mentiras piadosas, mentirle al enemigo), las acciones de un sujeto mentiroso son motivo de repudio y suelen ser consideradas actos contra la moral. La cuestión de la mentira fue brillantemente abordada por Jean-Paul Sartre en El ser y la nada, afirmando sobre el punto: “La esencia de la mentira implica en efecto, que el mentiroso esté completamente al corriente de la verdad que oculta. No se miente sobre lo que se ignora; no se miente cuando se difunde un error del que uno mismo es víctima; no miente el que se equivoca. El ideal del mentiroso sería, pues, una conciencia cínica que afirmara en sí la verdad, negándola en sus palabras y negando para sí misma esta negación.”

Uno de los más grandes mentirosos de la Historia contemporánea ha sido Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolf Hitler, a quien se atribuye la frase “miente, miente que algo quedará.” Desde los medios masivos de comunicación (radios y periódicos) de la Alemania nazi se difundía una realidad inventada, deliberadas mentiras a fin de ocultar la debacle que se avecinaba cuando la fortuna de la guerra les era esquiva a los alemanes, se escondía la realidad de los campos de exterminio y se daban noticias triunfalistas cuando los rusos ya estaban en las puertas de Berlín. La realidad se abrió paso impiadosa, y finalmente, contradiciendo el vaticinio de Goebbels, nada quedó de tanta mentira nacionalsocialista. Los engañadores nazis fueron derrotados por otra gavilla de embusteros, estalinistas y capitalistas.

Alejados de estas grandes epopeyas y contiendas de la Historia, los argentinos somos espectadores de una batalla de mentirosos, de dimensiones más modestas, pero no carentes de un sentido trágico. El gobierno peronista -el “gobierno popular” según su propia valoración- está abiertamente enfrentado a la corporación periodística, a las grandes empresas de los medios de comunicación y monopolios de la información: cadenas de radio, televisión de aire, cable y satelital, periódicos, revistas, portales de Internet, etc. La causa principal, aunque no la única, es la Ley de Radiodifusión que impulsa el gobierno, que vulneraría algunos intereses del empresariado. Esta batalla ha adquirido un carácter mediático, donde ambos contendientes no discuten los problemas que verdaderamente los enfrentan, sino que han adoptado una táctica diferente, la cual consiste en intentar volcar a su favor a la opinión pública. En realidad, es un torneo de mentiras entre ambos bandos. Quien mienta mejor y de forma más verosímil, será el triunfador. Examinemos en qué consiste este espectáculo de la mentira al cual asistimos diariamente.

El gobierno kirchnerista no ha sido no ha sido más mentiroso que los gobiernos anteriores, pero tampoco menos. Más allá de las mentiras electorales y de gobierno clásicas, es decir, todo aquello que se prometió hacer y no se hizo (generación de empleos, salariazos, acabar con la corrupción, mayor presupuesto en educación, salud y vivienda), o de todo aquello que se hizo y no se reconoce ninguna responsabilidad (crímenes, represión, estafa del “corralito”, empobrecimiento de los trabajadores, etc.), el kirchnerismo ha utilizado métodos espurios para disfrazar los datos del INDEC, y presentar una realidad estadística acorde a sus objetivos políticos. En la Argentina de los Kirchner no existe una suba del costo de vida, cada vez hay menos pobres y la economía no para de crecer. Todo lo contrario a la realidad que percibe la gente, y a otras mediciones que no han incorporado los novedosos métodos sociométricos de Guillermo Moreno y sus secuaces.

El gobierno se afirma sobre un discurso esquizofrénico: el ministro Aníbal Fernández hace gala de su bonhomía al negarse a reprimir los piquetes que cortan las rutas, pero su policía asesina a mansalva a un joven de 17 años en el recital del grupo Viejas Locas, secuestra a 2 jóvenes de Villa Soldati que aparecen muertos un mes después, reprime silenciosamente en las villas y barrios marginales (noticia que ignoró la prensa), mientras desde las comisarías de todo el país se manejan los suculentos negocios del narcotráfico, el robo de automóviles y la prostitución y trata de blancas. El trabajo sucio lo dejan para Mauricio Macri, un rival político cuya vocación represora y delatora se ensaña sobre el sector más débil de la población. Quienes viven en la calle son víctimas de los asaltos de la neofascista UCEP, una repartición que debería utilizar camisas pardas para estar a tono con las ideas y el bigote de su mentor.

En cuanto a capacidad de embuste, Macri no va a la zaga del gobierno nacional. Luego de disolver a la UCEP, a causa del costo político de sus arbitrariedades, se ha comprobado que ha continuado funcionando clandestinamente, para “mantener limpias las calles”. El oportunismo de este cínico empresario polítiquero lo ha llevado a defender el matrimonio entre homosexuales, cuando apenas meses atrás había declarado a los medios que consideraba a la homosexualidad una enfermedad. El escándalo del espía Ciro James, lo llevó a negar que había conocido a este personaje, aunque se ha comprobado que esta era otra de sus mentiras, ya que James actuaba como se seguridad privada en el club Boca Juniors cuando Macri era su presidente.

En su enfrentamiento con el Grupo Clarín, cuya campaña antigubernamental le hizo perder las últimas elecciones a los Kirchner, el gobierno se tomó revancha decretando que el fútbol iba a ser transmitido “para todos” revocando las exclusividades del grupo empresarial, que se llevaba la parte del león. La presidenta Cristina Fernández anunció la medida comparando el “secuestro de los goles” con las desapariciones de la dictadura militar; una burla rayana con la imbecilidad. De nuevo la mentira: disfrazar como un acto de justicia un simple ajuste de cuentas. Clarín acusó el golpe, y por arte de magia comenzó una serie de notas sobre los casos de desnutrición infantil en el norte argentino. Lo paradójico del asunto es que Clarín utilizó la verdad para atacar al gobierno, y así demostró su propia condición mentirosa, ya que hasta entonces había ocultado concientemente la información sobre la desnutrición. Es decir, las informaciones que brindan las empresas periodísticas son seleccionadas conscientemente por los editores, según sus objetivos y sus alianzas político-económicas.

Clarín ha llegado al extremo de publicar estadísticas erróneas para atacar al gobierno, convirtiéndose en un émulo del INDEC, pero de signo opositor. Por otro lado, dedica gran parte de la programación de TN y Canal 13 al problema de la inseguridad, mostrando los rostros sollozantes y adoloridos de los familiares de las víctimas, presentando “una realidad a la colombiana” y reclamando mayor represión, tan solo para responsabilizar al gobierno. Luego del show del terror, la programación de Canal 13 pasa a la frivolidad de Marcelo Tinelli, un empresario menemista (además de conductor televisivo) que utiliza su repugnante programa como trampolín contra los Kirchner, respondiendo a las directivas del grupo a que está subordinado. Más allá de las responsabilidades que le puedan caber a cada organismo, lo reprochable es la manipulación de la información de un grupo de poder económico, para ejercer presión sobre otro grupo de poder político que utiliza su autoridad gubernativa para responderle.

El grupo Clarín junto con La Nación, el grupo Francisco de Narváez (América TV) y el grupo Haddad (Canal 9, Radio 10 e Infobae), han sido los principales opositores a la Ley de Medios con que el gobierno pretende desarticularlos (con el pretexto de combatir los monopolios informativos y democratizar el espacio informativo). Luego de una campaña propagandística donde se consideraba la Ley un ataque ala libertad de prensa, se soltaron patrañas tan ridículas como que con la nueva ley “no se iba a poder elegir la música” que pasaban las radios, cuando los oyentes radiofónicos jamás han tenido semejante derecho o facultad. O como si los oyentes, televidentes y lectores que “consumen” información, tuvieran actualmente algún poder de decisión sobre el contenido de lo que se publica y edita. Paradójicamente, quienes han hecho de su profesión “el sacerdocio de decir siempre la verdad”, son junto al gobierno (y la oposición política) los principales artífices de la mentira. El nivel de mendacidad es tal que desde el grupo Clarín se agita constantemente el fantoche de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que según ellos la presentan “es una organización sin fines de lucro dedicada a defender la libertad de expresión y de prensa en todas las Américas.” Esta organización de la que nadie había escuchado hablar antes de la sanción de la ley, en realidad es una corporación de empresarios y de grupos económicos periodísticos que defienden la “libertad de empresa”. Ni siquiera en su propia denominación hay un mínimo de veracidad.

El gobierno nacional y las corporaciones periodísticas han hecho de la mentira su forma de comunicación. El gobierno cuando miente hace recordar a la novela de Orwell 1984, porque acomoda las estadísticas de la realidad a una realidad ficticia que solo oculta la tragedia de un pueblo explotado, embrutecido y reprimido. Las corporaciones y empresas periodísticas presentan una realidad editada en un laboratorio al estilo Matrix, vendiendo su mercadería (la información periodística) de acuerdo a sus intereses de poder; beneficiando a sus aliados y atacando a sus enemigos. Se erigen en defensores de la libertad de expresión, cuando son los defensores de la libertad de presión y la libertad de empresa. Construyen una realidad ficticia, forman la opinión pública e influyen sobre el electorado, ese es su poder.

Las mentiras pueden sostenerse durante mucho tiempo, aunque finalmente su esencia quede al descubierto. La realidad argentina no es diferente a la norteamericana o la venezolana. Entre el Estado y las corporaciones no hay diferencia: son fabricantes de mentiras, émulos y cultores de Goebbels. Esperemos que tengan un fin acorde a su mentor.

Publicado en: Libertad! Nº54, enero-febrero 2010, Buenos Aires.
Autor: Patrick Rossineri

1 comentario:

  1. y tu para quien mientes la gran paradoja seria que tu no mintieras

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