Debilitamiento, antifascismo y diáspora.
La década de los treinta representa un período interesantísimo en la sociedad chilena en su conjunto por ser una etapa de alta politización y movilización social por parte de todos los grupos sociales contemporáneos. Una década en la que hitos de importancia como la caída del dictador Ibáñez, el levantamiento de la marinería en Coquimbo y Talcahuano, la “pascua trágica” o los anecdóticos doce días de “república socialista” abren los fuegos de un período de rearticulaciones y expectativas marcadas tanto por lo nacional como lo internacional.
Sería una labor extensa pero no menos interesante la de dar cuenta de los acontecimientos arriba enumerados, por lo que nos centraremos en el anarquismo presente en la década y en sus particularidades referentes a su situación en la lucha social, sus complicaciones y principalmente su antifascismo, como elemento relevante en el discurso y la práctica libertaria.
PANORAMA GENERAL DE LA DÉCADA.
La caída de Ibáñez en el año 1931 trajo consigo un leve respiro para las organizaciones sindicales y sociales después de 5 años de persecuciones, deportaciones, asesinatos y reformas nacionalistas modernizantes. No debemos olvidar que la represión ibañista afectó a todo el espectro social siendo víctimas igualmente sectores conservadores o liberales además de las clases medias y bajas. Sin embargo, los principales afectados fueron el proletariado reconocido como revolucionario, a saber, los anarquistas y los comunistas, principalmente, quienes vieron desmanteladas sus organizaciones y deportados a sus miembros más notables.
La labor inmediata a la caída de Ibáñez fue entonces rearticular al movimiento reducido a la clandestinidad y a grupos que en las sombras siguieron operando durante la dictadura. Se sumaba a lo anterior la urgencia de fortalecerse para apresurar la crisis del capitalismo cuya gran señal fue el “crack” del 29 (donde según consta en informes internacionales de la época, Chile fue prácticamente el país más afectado por su condición de país monoexportador de salitre y dependiente de empréstitos norteamericanos) que sumió a los sectores revolucionarios en un ánimo impetuoso y esperanzado en que parecía aproximarse un gran cambio, la descomposición y muerte de un sistema que lanzaba sus últimos estertores de agonía.
ENTRE LA REVOLUCIÓN SOCIAL Y LAS DICTADURAS.
En este contexto inmediato situamos a los ácratas, quienes además de verse afectados por el panorama general, lo fueron también y previamente por las reformas sociales que cooptaron a una considerable cantidad de simpatizantes bajo la égida de un Estado que se promocionaba como consciente y preocupado de la “cuestión social”. A esto debemos agregar la aparición del Partido Comunista en 1921, hecho que significó una confrontación directa y declarada entre “infantilistas” y “dictadores”, y que en el largo plazo daría con una merma en el capital social monopilizable a disposición de los anarquistas.
El panorama poco provechoso era una preocupación interiorizada por parte de los dirigentes ácratas quienes contaban con fragmentos dispersos de la nunca tan relevante FORCH (Federación Obrera Regional Chilena) y de una IWW ya disminuida e integrada por veteranos nostálgicos de las grandes gestas de comienzos de los veinte. La debacle permite dejar de lado por un momento las pugnas entre anarquistas marcadas por discusiones entre “federalistas” y “centralistas” o entre “sindicalistas” y “específicos” para dar paso a la creación de la Confederación General de Trabajadores (CGT), instancia de tipo federativo con proyección nacional integrada por gremios como los estucadores, los zapateros y los tipógrafos, por mencionar a los más relevantes. Estamos ante la última organización con algo de peso en el movimiento revolucionario y sindical de la historia de la región chilena. Este agrupamiento por el momento dejó de lado las diferencias y se concentró en mantener una línea más o menos común en cuanto a temas de unidad sindical con organizaciones partidarias o no revolucionarias (como la Confederación Nacional de Sindicatos y la futura CTCH) y los intentos de unidad que darán con la formación del Frente Popular en 1936.
Dentro de éstas líneas comunes que hemos planteado se destacan más o menos elementos similares al anarquismo “clásico” estudiado profusamente en los últimos años (que de manera general comprenden desde la última década del XIX y fines del 1920) y que abarcan la oposición al Estado y sus instancias de “participación” política, reducidas en la época por los estados de excepción dictados en el mandato de Alessandri (1932-1938); el anticlericalismo y la celebración de “las semanas ateas” y la fe ciega e irrenunciable a la acción directa y la huelga general como únicas e irremplazables armas de combate contra el capital. La postura de los anarquistas respecto al último punto les costarán prácticamente un aislamiento social y la pérdida de relevancia en el panorama sindical, en el que sobrevivieron gracias a un anarquismo velado por las posturas sindicalistas, siendo el caso más patente que hallamos el de los estucadores y su organización, la URE, o “Unión en Resistencia de Estucadores”, la que por ésta misma condición de intermedio entre ente revolucionario o únicamente dedicado a conquistas materiales gremiales, terminó evidenciando una escisión entre los componentes “duros” (anarcosindicalistas) y los cercanos a partidos políticos, especialmente el Comunista y el Socialista.
Sin embargo, y producto en parte de lo anterior, podemos notar un cambio en la fraseología anarquista a través de la prensa y que se va nutriendo cada vez más de una vertiente clasista, menos marcada por las proclamas universalistas y de tinte más ilustrado, como se puede apreciar en los periódicos y folletines de comienzos de siglo, preocupados por temas como el ascetismo tolstoyano, la astrología o incluso la poesía. Destaca en este aspecto el reforzamiento del antimilitarismo como crítica constante en un contexto local marcado por la presencia de las “Milicias Republicanas” (guardias paramilitares adictas al régimen conformadas por elementos burgueses) o bien los “nacistas” criollos al mando de Jorge González Von Marées, y en un contexto internacional por la inminencia de la guerra que se dejaba ver por los ascensos de los fascismos italiano y alemán así como por la actitud velada de beligerancia de las “democracias”. Lo antimilitar buscó articular un movimiento proletario mundial que previniera la guerra, siempre perniciosa para los oprimidos.
Menos humanista, más sindicalista y preparándose para la revolución próxima, las cosas no parecían fáciles y las “grandes luchas” antes protagonizadas ya no volverían a repetirse con magnitud de antaño. Sin embargo, pese a lo complejo del contexto local, el ánimo se nutrió con la revolución española y el fascismo amenazante.
FASCISMO
De manera general (y esto aplicado no sólo a los anarquistas), el fascismo se definió como un movimiento retrógrado, destructor de la cultura y de la voluntad del individuo que, por lo demás, era útil al capitalismo en decadencia. Un sistema en crisis ya no veía en la democracia un método útil para perpetuar sus intereses por lo que recurría a elementos barbáricos sometidos a los dictámenes del imperialismo mundial (pese a que el fascismo se define como tremendamente nacionalista) para, principalmente, detener el avance inexorable del proletariado mundial. Estos términos se aplicaron tanto a los fascistas europeos como a los locales, nos referimos al Movimiento Nacional Socialista y en menor grado a la Milicia Republicana. Igualmente, el gobierno de Alessandri y su ministro de Hacienda, Gustavo Ross, fueron catalogados con el término, dando a entender la amplitud y elasticidad con que –tal como hoy- se utiliza.
Debemos entender que cualquier definición que emane de tal o cual grupo obedecerá a los proyectos propios y amenazas de cada uno, de manera tal que el fascismo aparece como concepto de reconceptualización de los adversarios respectivos, así podemos entender cómo los fascistas se asocian a la burguesía, al imperialismo, y a las arbitrariedades del gobierno, en algunos casos.
Esta misma lógica podemos hallar en los anarquistas, quienes se refirieron al término de una manera bastante radical, llegando a distinguir entre sus componentes tanto a los gobiernos “democráticos” como a la Unión Soviética con Stalin a la cabeza. La categorización de “fascismo negro” “fascismo pardo” y “fascismo rojo” ejemplifica bien esto al diferenciar sólo el color de una manifestación que en el fondo es la misma.
ANTIFASCISMO
Más importante aún resulta abordar las prácticas de combate al fascismo que se desarrollaron en el período y que legitimaron prácticas antiguas a la vez que pusieron en duda nuevos panoramas de lucha. Como arma principal de combate, la elección defendida tanto por los anarquistas locales como por organizaciones internacionales (A.I.T.) fueron sin lugar a dudas el boicot y la acción directa. Entendiendo al fascismo como manifestación de un capitalismo imperialista en constante busca de mercados, el boicot a los productos provenientes o dirigidos a países fascistas resultaba una táctica útil para impedir el abastecimiento de sus industrias y por consiguiente el cese de su alarmante producción bélica. Con esto también se hacían llamados a no comprar en tiendas o a trabajar en empresas de dueños italianos, alemanes, o españoles nacionalistas. La acción directa halló manifestaciones prácticas en instancias como destruir mercaderías vinculadas al “fascio”, en impedir la exhibición de películas propagandísticas y hasta en pifiarlas o gritar consignas contra de ellas. Una acción más significativa fue la reunión de fondos para ir en ayuda de los combatientes en España, así como también para ayudar a los refugiados que arribaron a Chile una vez derrotados.
“AL FASCISMO NO SE LE DISCUTE, SE DE DESTRUYE”
Pero ¿qué pasa cuando los fascistas aparecen en las calles, rayando muros, haciendo marchas, golpeando y hasta asesinando adversarios? La violencia política alcanzó ribetes considerables en los treinta, prueba de ello son los numerosos asesinatos que se registran de los cuales ningún grupo político escapó. El contexto llevó por necesidad a preguntarse por la adopción de tácticas violentas para hacerle frente a las Tropas Nacistas de Asalto, grupo de choque del M.N.S. Los ejemplos de militarización del Partido Socialista con sus milicias y el posterior caso de España con la conformación de ejércitos más regulares en los que la C.N.T. formó parte forzaron la toma de posición. No conocemos resoluciones categóricas o experiencias que hayan ido en el sentido de disciplinar una respuesta violenta pero sí hay registros de ciertos “grupos de choque de la C.G.T.” que habrían sido en Osorno una herramienta muy útil para contrarrestar la violencia con violencia.
ESPAÑA LA TRINCHERA Y EL MUNDO LA RETAGUARDIA.
Hemos hecho un par de alusiones a España como referente de antifascismo, y la verdad es que la mirada de los anarquistas pareció estar más pendiente de los sucesos de España que en el desarrollo de los acontecimientos locales. Esto se debe a que la revolución allá en marcha puso a prueba el proyecto libertario en la realidad misma mediante colectivizaciones y mayor relevancia de sindicatos en el desarrollo de la guerra. Numerosas noticias que señalan el éxito cualitativo y cuantitativo de las fábricas, campos y servicios socializados fueron un aliento para los anarquistas locales, quienes se cerraron –debido al ánimo por el caso español- a cualquier instancia de participación, como el Frente Popular o la C.T.C.h. España aportó un grado de autorreferencia que rayó en lo clínico, al punto de señalar que la C.G.T. de Chile era la C.N.T. de España y que la primera era la única capacitada para llevar a cabo la revolución social, haciendo un llamado a engrosar las filas de los sindicatos anarquistas. Se entiende en esto que para la condición de alguna forma marginal del anarquismo en el período, esto significó un suicidio social en el sentido de que se hipotecó la posibilidad de un desarrollo cuantitativo.
De la mano del ánimo aportado por España, también se desarrolló constantemente un sentimiento anticomunista. La revolución contó con episodios de violencia entre anarquistas, poumistas y comunistas como la “semana trágica” de mayo del 37, manifestación de un clima alimentado por las sospechas de uno y otro lado, por asesinatos, secuestros etc. Principal responsable de esto fue el electricista chileno Félix López, delegado de la C.G.T. en España quien fue testigo cercano al clima de beligerancia presente en la retaguardia. Por medio de extensas cartas desde la península, López se dedica a hacer críticas a los comunistas españoles por sus prácticas poco honestas, y principalmente por su “traición a la revolución” consistente en su postura en torno a las colectivizaciones. Todo esto repercutió de manera negativa en el contexto local, en donde los comunistas chilenos en su política de “Frentes Populares” adoptaron una postura hasta de amabilidad hacia los anarquistas, no sin dejar de disputarles la predominancia en sindicatos como el de la construcción.
La década terminaba con el ascenso del Frente Popular en Chile, con el fracaso de la experiencia española, y con un anarquismo que por conflictos internos se dividía de manera letal. Estos dos últimos puntos serán de trascendental importancia en el replanteamiento de la praxis ácrata, marcada por un espíritu anticomunista y de sospecha total hacia el sistema político que bajo el Gobierno de Aguirre Cerda prometía pan, techo y abrigo. Aún escasean estudios que den cuenta del anarquismo en los 40, pero desde ya se pueden adelantar que dicho período vio nacer propuestas de partidos libertarios así como –por otro lado- la consideración de vías revolucionarias violentas para la revolución social.
Autor: Chamorro
Publicado en: El Surco, Nº 8 y 9, Santiago de Chile, 2009.
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